Debate decisivo... ¿para quién?

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Ricardo Rubio - Europa Press

05 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Debate decisivo, nos decían. El de abril decantó el voto de siete de cada diez indecisos, aseguran los expertos en anatomía del cuerpo electoral. En este andaban en juego la friolera de 6,5 millones de sufragios en busca de destino. Papeletas al viento que se resisten a volver a las urnas y cinco vendedores de humo, con las alforjas abiertas, intentando atraparlas al vuelo. Les auguro escaso éxito. Habrá menos votantes que el 28 de abril y mayor rechazo a la política y los políticos. Y las cosas, aunque en algunas casas se descorche el champán y en otras se desempolve el traje de luto, seguirán igual para los ciudadanos. La España bloqueada y sin barrer, que acumula basura y problemas pendientes, sin que sus próceres sean capaces de acordar quién debe usar la escoba.

Asisto al debate con el mismo escepticismo que, sospecho, embarga a los ciudadanos que no militan entre los hooligans de cada equipo. Acentuado en mi caso por la impresión, fruto tal vez de los años vividos, de que el debate político ha muerto. Las ideas han sido sustituidas por el eslogan y el tuit ingenioso, calumnioso o directamente fraudulento. La palabra, sustituida por la imagen. Los programas, encorsetados por la mercadotecnia. Que una experta en la materia afirme que ya no importa tanto lo que dicen, sino cómo lo dicen, me produce melancolía por dos motivos: porque presumo que tiene razón y porque no soy capaz de rebatirlo.

Anoche se proyectaba una película vieja, ya vista y de serie B. Todo conocido y previsible. Previsible el tema principal: la erupción del volcán catalán y sus ríos de lava. Previsibles los asuntos secundarios para completar el metraje: el fantasma de la recesión económica, los impuestos y el gasto, las pensiones y los autónomos. Previsibles los papeles de los actores y sus argumentos. También desvelada su estrategia. La de Sánchez: aguantar estoicamente los golpes por ambos flancos, a la búsqueda de la «mayoría cautelosa». La de sus adversarios: utilizar la mitad del tiempo para fustigar al vecino que pretende ocupar su territorio y la otra mitad para apalear a Sánchez.

Si todo era conocido y previsible, ¿qué podíamos esperar del debate? Pues lo que importa de un espectáculo: no lo que se dice, sino cómo se dice. Las florituras retóricas, el lenguaje corporal, el grado de irascibilidad o de templanza, la capacidad en suma de conectar con el espectador. De persuadirlo no con ideas o propuestas, sino con la imagen televisiva.

Es posible que, planteado en esos términos, el debate haya sido decisivo para algunos partidos. Pero niego que haya sido decisivo para superar la parálisis, porque nadie ha respondido a la pregunta clave: ¿cómo salimos del bloqueo? No escuché a Casado anunciar que facilitará que gobierne el partido vencedor. Ni a Sánchez abrirse a una coalición con Unidas Podemos. Ni a Iglesias dispuesto a facilitar un Gobierno «a la portuguesa». Solo Rivera, ahora que ha extraviado la llave, se compromete a utilizarla. En consecuencia, me temo, todos los españoles hemos perdido el debate.