Cuatro veces en la misma piedra

OPINIÓN

03 nov 2019 . Actualizado a las 18:38 h.

Si se cumplen los pronósticos de Sondaxe publicados este domingo, o si acabamos en un mapa muy similar al que pinta este instituto, y también otros encuestadores, quedará demostrado que, si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, el electorado es el único rebaño que puede tropezar cuatro, cinco o más veces contra el mismo farallón. A mí, a fuer de sincero, no me parece mal este destino, porque prefiero la libertad, aunque sea tozuda y obcecada, a la tutela. Pero solo mantengo esta posición siempre que, al día siguiente de las elecciones, cuando la ingobernabilidad vuelva a campar por sus respetos, y cuando lo único que podamos esperar sea una investidura atrabiliaria que retrase seis meses las siguientes elecciones, estemos dispuestos a asumir nuestras directas responsabilidades, y a no quejarnos de nuestros denostados políticos, ni de las previsibles desgracias que nos esperan.

Suponiendo que todos hemos aprendido algo, y que a partir del lunes vamos a hablar como cotorras en negociaciones innúmeras, el Congreso quedará dividido en tres bloques, profundamente heterogéneos, cuya composición pone los pelos de punta. Todas las derechas, metidas en un cazo a martillazos, suman 158 diputados de cuatro partidos distintos. Todas las izquierdas, metidas en una perola a presión, suman 154 diputados de ocho partidos diferentes. Y todos los independentistas, que ni siquiera fundidos pueden entrar en la misma lata, suman 37 diputados de cinco partidos y varias confluencias, de forma que serán necesarios al menos tres reyezuelos para hacer una efímera bisagra Frankenstein, capaz de derribar a Sánchez un año después. Es decir, que tras las cuatro elecciones que hemos celebrado en cuatro años, hemos conseguido estar peor que nunca, aunque demostrando de forma fehaciente, eso sí, que los electores tenemos derecho a votar lo que nos da la gana, y a repetir tozudamente nuestros errores, sin asumir ninguna responsabilidad en el caótico bloqueo que venimos padeciendo.

No ignoro que los errores colectivos son más difíciles de rectificar que los individuales, y que tampoco es fácil describir en términos teóricos en qué podría consistir una corrección racional y útil de esta deriva en la que nos hemos embarcado. Pero todo cambiaría si, en vez de hablar por separado de cada uno de los componentes del hecho democrático -la libre concurrencia de partidos, la libertad y secreto del voto personal, el pluralismo ideológico, axiológico y social, y la forma en que a cada uno nos afectan los resultados obtenidos-, hablásemos un poco más del sistema y de los razonables objetivos de cada convocatoria electoral, entre los que prevalece la urgente e insobornable necesidad de que alguien nos pueda gobernar, y nos gobierne.

Pero, de momento, pintan bastos. Y así seguirá siendo, con nuestra necesaria colaboración, hasta que, en vez de fiar nuestro futuro a que unos líderes de paja alcancen acuerdos imposibles, nos decidamos a dejarlo todo atado y bien atado dentro de las urnas.