El hombre del «no es no»

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Ricardo Rubio - Europa Press

20 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Bismarck, uno de los políticos más destacados en la Europa de la segunda mitad del XIX, lo tenía absolutamente claro: nunca se miente tanto, afirmaba, como durante una guerra, después de una cacería o antes de unas elecciones.

No es por eso de extrañar, que, puestos desde hace semanas sus ojos en la fecha clave del 10 de noviembre, Podemos y el PSOE hayan representando una gran farsa y jugado del modo más desvergonzado con la buena fe de millones de votantes de la izquierda. Muchos de ellos han creído que socialistas y podemitas buscaban un arreglo que posibilitara un gobierno socialista con la participación o con el apoyo externo de Podemos, cuando lo que ambos hacían, de verdad, no era otra cosa que tratar, cada uno por su cuenta, de construir un maniqueo buenos/malos (relato, se dice ahora) que permitiese culpar al otro del fracaso de la negociación.

Don Lucchesi, el cínico presidente de Internazionale Immobiliare, le decía a Michael Corleone en la tercera parte de El Padrino que «la política es saber cuando hay que apretar el gatillo». Y a eso precisamente, a apretar el gatillo (en sentido figurado, claro está), ha jugado Sánchez desde que la noche del 28 de abril quedó claro que con su exigua mayoría solo le quedaban dos opciones si quería, además de ser investido, gobernar: entenderse con el PP y/o con Ciudadanos, o pactar con Podemos y con los independentistas.

Cuando Sánchez constató que el precio a pagar por ese pacto sería presidir un Gobierno con ministros socialistas y soportar, al tiempo, otro con ministros de Podemos que controlaría de facto Pablo Iglesias, se negó, con mucha razón, a tan disparatada componenda. Pero en lugar de intentar lo que habría sido lógico -mirar hacia Ciudadanos y/o el PP- se enrocó en una exigencia descabellada que solo podía acabar en unas nuevas elecciones: exigir a Casado y a Rivera que, a cambio de nada, le permitieran ser investido, aunque esto no le garantizase luego contar con los votos necesarios para poder ejercer la presidencia. Y todo ello sin que supiésemos si con tal presión sobre ambos líderes perseguía Sánchez doblegar su voluntad o tan solo acusarlos, tras su lógica negativa, de ser los culpables de la repetición electoral. Ayer, en su abusiva intervención televisada desde el palacio de La Moncloa, quedó claro que la última era su auténtica intención.

El hombre del «no es no» hará la campaña, que abrió con ese mitin escandaloso en TVE, acusando a todos los demás de una responsabilidad que es solo suya, pues es al ganador de los comicios a quien compete construir una mayoría de gobierno. Millones de españoles comparten ya que toda la acción política de Sánchez desde su pírrica victoria se dirigió a una repetición electoral que le permitiese fortalecer su débil posición en el Congreso. Sánchez carga ahora contra el PP, Ciudadanos y Podemos, tratando así, como ya en él es habitual, de engañar todo el tiempo a todo el mundo.