Relaciones tóxicas

Cristina Porteiro
Cristina Porteiro EN LÍNEA

OPINIÓN

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04 sep 2019 . Actualizado a las 08:39 h.

«Bajo ninguna circunstancia retrasaré la fecha del brexit», dijo el pirómano cerilla en mano. Boris Johnson no está dispuesto a perder. Nunca lo ha estado. No importa el coste que depare su victoria. Da igual que el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, alerte de un «choque instantáneo» si se consuma un brexit sin acuerdo. Si hay que sacrificar el futuro de la nuevas generaciones de británicos, lo hará. Ni en su paso por los clubes más selectos de Oxford ni por la elitista Escuela Europea de Bruselas, donde acabó de corresponsal, el líder tory desarrolló algún atisbo de responsabilidad política, conciencia o empatía. Sus cálculos son sencillos: ha apostado todas sus cartas a vencer o romper, arrastrando consigo al Reino Unido. 

No tuvo reparos en incendiar el ánimo de los británicos contra la Unión Europea en los años noventa con fantasiosos artículos en prensa firmados desde la capital comunitaria y no le tembló en pulso en urdir un golpe de Estado dentro de su propio partido cuando llegó el momento de hacerse con el timón de la formación tras la caída en desgracia de Theresa May así que se equivocan quienes piensan que tanta gestualización es puro teatro.

Su última acometida contra los resortes democráticos de país fue su decisión de colgar el cartel de cerrado en Westminster hasta el 14 de octubre, a dos semanas escasas del brexit. Una maniobra que ha obligado a la oposición y a un número reducido de diputados conservadores a aliarse para forzar la solicitud de una nueva prórroga a la UE. La vía de la moción de censura es atractiva. No solo para posponer de nuevo «el día final». También para ajusticiar políticamente a Johnson, quien está dispuesto a apretar el botón rojo si maniobran en su contra.

Por eso es tan importante que al otro lado de la balanza, laboristas y conservadores cabales -si es que todavía quedan-, forjen una mayoría de dos tercios en tiempo récord (14 días). Una misión casi imposible. La izquierda sigue dando bandazos bajo el liderazgo desconcertante y débil de Jeremy Corbyn y los tories se debaten entre tacticismos y la amenaza de expulsión del grupo parlamentario. Las elecciones no solucionarán nada. Son la garantía de que el Reino Unido se acabará despeñando mientras Johnson concurre a las urnas con la satisfacción de haber cumplido con la voluntad del 51,9% de los votantes que apoyaron el divorcio con la UE y el triunfo del ala más radical que lleva décadas engordando a la sombra de líderes cortoplacistas e irresponsables como David Cameron.

«En las últimas semanas han aumentado las posibilidades de alcanzar un acuerdo [...] porque han visto fortaleza en nuestra decisión», aseguró el premier. No es verdad. No se renegociarán los términos del acuerdo de divorcio. Esa opción no solo no es realista sino que despierta los peores instintos en los cuarteles de Bruselas. La UE se juega su unidad y, por ende, su supervivencia. No se puede permitir ceder a la extorsión y el chantaje de un líder político que ni siquiera ha mostrado la menor cortesía política desde que llegó al número 10 de Downing Street.

Un alto diplomático cercano a las negociaciones con los británicos comentó en una ocasión: «Estamos hartos». Era diciembre del 2018. Desde entonces, Londres ha cambiado de negociadores, de técnicos y hasta de primer ministro. Pero las cosas siguen igual. La inestabilidad persiste y los mercados han aprendido a convivir con la preocupación de un divorcio que, aunque doloroso, se empieza a percibir como un bálsamo en algunos lugares de la UE. No me extraña. Hay relaciones -las tóxicas-, que hay que dejar morir antes de que lo envenenen todo. Quizá esta sea una de ellas.