Indigno culebrón en el Mediterráneo

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

20 ago 2019 . Actualizado a las 09:19 h.

Todo verano tiene su culebrón. Noticias en forma de serial que sirven para que el personal hable y opine sin cesar mientras toma el vermú tras disfrutar de los baños de ola. Informaciones que copan portadas en agosto, pero que luego caen en el más absoluto de los olvidos cuando llega el día de volver a la oficina. En España tenemos nuestros clásicos, que regresan cíclicamente cuando no hay serpiente clara a la vista. Gibraltar y la elevación de la tensión entre España y el Reino Unido por algún incidente veraniego fue siempre el culebrón por excelencia. Y luego está la vertiente deportiva, con los medios elevando a la categoría de intriga hitchcockiana el posible fichaje de Neymar por el Barcelona o de Pogba por el Madrid.

El problema es que este año el culebrón no es una noticia intrascendente, pasajera y olvidable, sino una tragedia como la del Open Arms, que refleja la indignidad moral de quienes hacen política con el sufrimiento de decenas de inmigrantes hacinados en la embarcación en condiciones miserables e insalubres y a los que Italia niega la entrada en sus puertos, los más cercanos, para mantener así un pulso ruin con la Unión Europea en el que el ministro de Interior italiano, Matteo Salvini, actúa como mascarán de proa. Que esos desdichados lleven ya más de 18 días en condiciones inhumanas, sin rumbo ni destino, y sin que nadie tome una decisión fulminante para forzar su desembarco inmediato posponiendo cualquier debate político, es una infamia que nos debe avergonzar.

La crisis del Open Arms y las que le han precedido se deben básicamente a la incapacidad de la Unión Europea para acordar una política migratoria clara y coherente. Y permitir que un matón xenófobo como Salvini juegue de esa manera con vidas humanas sin fulminarlo políticamente bajo amenaza de una fuerte sanción a Italia demuestra la extrema debilidad de la UE, de la que se alimentan los populismos antieuropeístas. Esa montaña de incompetencia no oculta, sin embargo, otra responsabilidad. La de un capitán que se hace a la mar para rescatar náufragos por su cuenta sin tener un plan para desembarcarlos en puerto seguro. La ausencia de una política migratoria común en la UE es indecente. Pero eso no implica que una ONG pueda imponerla por las bravas. Y mucho menos, que pueda convertirse en una especie de servicio de traslado de inmigrantes desde Libia al puerto europeo que el capitán elija. La actitud del responsable del barco atacando al Gobierno español, rechazando las propuestas que se le hacen y tratando de imponer el desembarco en Lampedusa es también una forma de hacer política con la tragedia humana.

Llegados a este punto, el capitán del Open Arms no tiene que ser consultado en absoluto sobre la solución a la crisis o el puerto de destino. Se trata de que un barco de salvamento de la Unión Europea vaya allí, rescate a los inmigrantes y los ponga a salvo. De que solo aquellos que lo pidan y cumplan los requisitos necesarios reciban asilo. Y de que, después, cada uno asuma sus responsabilidades. Políticas y personales.