No voy a referirme a la zarzuela del mismo titulo escrita por Miguel Echegaray el mismo año del desastre de Cuba y Filipinas, cuando España inició su penúltima depresión como país. Son las fiestas mayores de pueblos y ciudades de Galicia las que me aconsejan tratar este tema.
El jolgorio, los miedos y las risas infantiles suelen acompañar a la comitiva de gigantes y cabezudos en su desfile por las calles principales los días grandes de las fiestas. Para mí es un personal viaje a la saudade, a ese catalogo amable de los recuerdos que se llenan de colores del verano, y miras y ves cómo los gigantes bailan su danza ritual acompañados por la gaita y el tamboril, asustando a la grey infantil que los acompaña en su recorrido.
Uno, que ya va entrando en la edad provecta, se vuelve a sentir chaval al contemplar el desfile urbano de la troupe de cartón piedra que desde la Edad Media, antes en las fiestas del Corpus y ahora en las patronales de nuestro señor San Roque, giran por las calles de Viveiro.
Como desde tiempos lejanos lo hacen o han hecho por las rúas de Baiona o Santiago, de Tui o Mondoñedo, de Caldas de Reis o A Cañiza.
Son los cocos danzantes de Ribadeo, herederos de aquel grupo de gigantes que en tiempos en los que no existía la corrección política incluía un moro que aterrorizaba, desde sus ojos gigantescos y su oscuro color de piel en el rostro visible, a quien lo miraba.
Son dignos sucesores del grupo que inició en Bilbao la tradición a la que hacemos referencia, y que está muy arraigada en Aragón y en Cataluña que es, junto con Valencia, donde se fabrican las cabezas de cartón que coronan el esqueleto de madera elegantemente vestido con cuidados ropajes y que transportan aguerridos mozos capaces de soportar la incomoda carga a lo largo de su recorrido.
Esta semana saldrán a la calle los gigantes que en mi pueblo irán acompañados de una corte de siete enanos. Fueron rehabilitados en los años sesenta y representan al príncipe de Blancanieves y a su heroína, a la que acompaña un bruja tétrica y que causa pavor entre la tropa infantil, que la insulta con el adjetivo de bruja fea que gritan a coro a lo largo de su paseo bailable.
Son el pórtico de los días centrales de las fiestas, un santo y seña feliz para un agosto amable. Antes eran las imágenes de un rey y una reina, y entre los enanitos había un mambrú al estilo de las figuras de Sargadelos de la primera época, un diablo cojuelo y payasos de circo. Ellos, aun sin verlos, siguen, como los actuales que les han sucedido, bailando en mi memoria, desde el centro de mi corazón lleno de nostalgia.