Gobierno de España: ¿y, ahora, qué?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Ballesteros | Emilio Naranjo | Efe

25 jul 2019 . Actualizado a las 22:08 h.

Convencido de estar ungido para seguir siendo presidente del Gobierno por la supuesta superioridad moral de sus ideas, la investidura de Pedro Sánchez ha acabado como desde hace días era previsible: en un fiasco formidable. Formidable y vergonzoso, pues, contra el bla, bla, bla de los programas, que proclaman envanecidos Podemos y el PSOE, lo cierto es que su negociación para formar, tarde, mal y a rastro un Gobierno de coalición solo ha sido una chapucera feria de reparto de cuotas de poder.

Sánchez no podía salir peor parado de su segunda tentativa de ser investido presidente, ahora al frente de una mayoría pretendidamente constructiva y no solo destructiva como la que, moción de censura mediante, lo hizo presidente. Aunque consiguió vetar a Iglesias -finalmente para nada- hubo de claudicar en lo esencial: un gobierno de coalición con Podemos que, de haber salido adelante, habría acabado en manos de los separatistas.

El fracaso de la investidura es, por eso, mucho más trascendental de lo que podría parecer aun sabiendo que, en caso de ser designado nuevamente candidato por el rey, Sánchez dispondría de dos meses para conseguir lo que no ha logrado en los tres transcurridos desde las elecciones generales. Más trascendental, sí, porque, tras el descalabro de esta semana dos cosas han quedado meridianamente claras: que un futuro gobierno de coalición con Podemos no sería más que la coalición de dos gobiernos, inevitablemente desastrosa; y que la empatía demostrada al PSOE por ERC expresa sin tapujos la conciencia de los separatistas de que nada beneficia más sus expectativas que un gobierno de coalición de los socialistas con Podemos.

Dicho con toda claridad: si Sánchez insistiera, si es el caso, en la misma fórmula que ayer, por fortuna, no triunfó, estará abocado a presidir un desgobierno con Podemos, rehén de los independentistas que tienen a sus dirigentes en la cárcel pendientes de sentencia por la presunta comisión de gravísimos delitos.

Salvo que esté dispuesto a poner a España al pie de los caballos, a Sánchez le quedan solo dos salidas: o dejar que pase el plazo previsto para la disolución de las Cortes, o girar políticamente para intentar trabar una mayoría de signo diferente a la que ahora no ha logrado conformar.

Ir a nuevas elecciones, además de convertir a Sánchez en el responsable de que este país votase dos veces más de las que debería haberlo hecho desde el 2015, sería una forma de retrasar un problema que volvería a plantearse: la ausencia de una mayoría de gobierno. La otra alternativa, girar hacia Ciudadanos, supondría para Sánchez renunciar a la soberbia infantil de que un partido va a regalarte el poder, abriendo un proceso negociador dirigido a formar un ejecutivo de coalición con un programa pactado de antemano.

¿Qué ocurrirá? Obviamente no lo sé, pero conociendo a Sánchez no hay muchos motivos para el optimismo.