Apuntes musicales

OPINIÓN

30 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La música es una de las pasiones que más ayudan en la vida. La neuroestética ha descubierto que existen procesos y topografías cerebrales que perciben la música con un correlato emocional conectado directamente a los centros del placer. Escuchar una obra de arte musical produce en tan solo 10 segundos un aumento inmediato del flujo sanguíneo a las zonas del cerebro relacionadas con el goce. El efecto equivale a una sensación semejante a estar enamorado, da igual Mozart que Guns & Roses, todos transitan por esos circuitos que hacen más soportable la vida.

La composición e interpretación musical son actos exclusivamente humanos -discutía hace poco con unos amigos- no hay nada en la naturaleza equiparable a la música, algunos pretenden escuchar algo parecido en el trino de los pájaros o el sonido del viento pero estos carecen de melodía y armonía. La música es una creación humana sobre todo matemática.

El premio nobel de física Eugene Wigner afirmaba: «La enorme utilidad de las matemáticas en las ciencias naturales es algo que roza lo misterioso y no hay explicación para ello. No es en absoluto natural que existan “leyes de la naturaleza” y mucho menos que el hombre sea capaz de descubrirlas. El milagro de lo apropiado que resulta el lenguaje de las matemáticas para la formulación de las leyes de la física, las ciencias naturales o la música son un regalo maravilloso que no comprendemos ni merecemos».

Sea lo que fuere el caso es que el ser humano vibra con la música desde la nana hasta el réquiem, lo que hace pensar que algo parecido a la música hay en nuestro cerebro emocional capaz de racionalizarse, formalizarse, reproducirse e interpretar.

Donde acaba el lenguaje empieza la música y viceversa. Más allá de escuchar música en directo y de quienes tienen la suerte de dominar un instrumento, el resto nos complacemos escuchándola enlatada; la gente preconstitucional hemos saboreado la música en diferentes soportes varios: cinta magnetofónica, vinilo, CD y MP3. Personalmente he sido capaz de renunciar al vinilo por una cuestión de espacio pero me niego a abandonar los cedés.

Hay un plus de goce en el rito de comprar un álbum, leer las carátulas, acariciarlo, escucharlo y volverlo a guardar en su sitio. Los soportes electrónicos son apabullantes y carecen del tiempo de espera que requiere sacar un disco y ponerlo en marcha, lo que prolonga el deseo hasta el punto álgido de máximo placer que Lacan definía como el momento justo antes del abrazo (escucha). La música en MP3 no envejece contigo ni se esconde en tu territorio como un tesoro, no genera ese apego añadido que jamás puede producir el tenerlo todo disponible al instante.