En cualquier país europeo el Gobierno estaría ya hecho: una coalición o pacto de legislatura entre los socialistas y Ciudadanos, que suman una holgada mayoría absoluta. Guste más o guste menos, que ese es otro cantar. Cuatro años de estabilidad asegurados y los independentistas y la ultraderecha fuera de juego. ¿Por qué esta solución se ha convertido en imposible? Si nos fiamos de cómo se definen los partidos, sería no solo factible, sino la más lógica. La formación naranja se calificó como socialdemócrata hasta hace algo más de dos años, cuando dijo abrazar el liberalismo progresista. Por su parte, el PSOE representa el socialismo democrático, tan es así que Sánchez es el nuevo referente de esta corriente en la UE. Liberal progresista y socialdemócrata: es difícil que dos etiquetas casen mejor. De hecho, sus máximos dirigentes ya pactaron hace tres años. ¿Qué ha cambiado? Por una parte, Sánchez llegó al Gobierno gracias a los independentistas, aunque también fueron los que lo derribaron al no apoyar sus Presupuestos. Por otra, Rivera se ha derechizado hasta el punto de contar con Vox para tocar poder. Eso del sanchismo como descalificación que emplea Rivera es puro teatro. Es el PSOE que han querido sus militantes y al que han votado 7,5 millones de españoles. El líder de Ciudadanos tiene la oportunidad histórica de convertir a los secesionistas en irrelevantes para la gobernabilidad. Pero está dispuesto a desaprovecharla. Con este escenario, a Sánchez solo le queda una opción para ser investido, contar con el respaldo de Iglesias, que insiste en ser ministro, y la abstención de ERC. O convocar nuevas elecciones, con las encuestas a favor, si ninguno cede. Una opción que va ganando enteros.