
Los principales peligros que acechaban a España en las elecciones generales -bloqueo, inestabilidad y control de los independentistas- han quedado conjurados, ya que Sánchez tiene no solo la posibilidad de gobernar, sino de elegir un partenaire sin entregarle a Torra las llaves del reino. Claro que con esta posibilidad de escoger también se le presenta el dilema de apostar por una política liberal-socialista o social-populista, lo que obliga a Sánchez e decidir si vuelve la tradición socialista u opta por profundizar en el posibilismo pedrista.
Pero lo cierto es que él ha ganado y el PP ha perdido, y que pocas veces se obtienen tantos réditos con méritos tan menguados.
Personalmente creo que Pedro Sánchez no debería descartar una coalición con Ciudadanos. Porque, si bien es cierto que en un primer momento este posible acuerdo produciría un enorme terremoto en los dos partidos -PSOE y Ciudadanos-, y en sus dos protagonistas -Pedro y Albert-, también es verdad que generarían una mayoría muy coherente, muy europea, con enorme facilidad para afrontar los retos económicos y políticos de la España de hoy, y con gran capacidad para asentarse durante dos o más legislaturas en un centro político que el PP tardaría en conquistar.
La coalición con Podemos, en cambio, lo metería en una incoherencia económica y política endiablada, necesitaría de otros socios que quedarían peligrosamente empoderados, y pondría a los dos partidos del Gobierno a pescar electores en el mismo lago, por lo que las facilidades iniciales traerían consigo, a medio plazo, una tormentosa convivencia. Es cierto que la negativa a pactar, planteada por Rivera, y elevada al paroxismo en el segundo debate, hace muy difícil esta operación que casi me atrevo a calificar de Estado. Pero creo que, por el bien del país, y con los datos en la mano, no es una locura, y debería intentarse.
Vox ha entrado en el Parlamento, y le da a Abascal un éxito personal. Pero la caída de sus expectativas deja claro que la reconducción de las tres derechas a una sola ya no pasa por Vox -gracias a Dios y a los electores-, y deja este proceso en una pugna difícil de evaluar entre PP y Ciudadanos. La derrota del PP es enorme, mucho mayor -aunque parezca extraño- que la de Pablo Casado. Y por eso los populares tendrán suma dificultad para elegir entre la estrategia de asumir la crisis del partido para salvar a Casado, o la de liquidar a Casado para que el partido quede más aliviado de su fracaso. Porque no está nada claro que en estas circunstancias se pueda improvisar un líder que a corto plazo haga olvidar este descalabro.
La derrota del PP en Galicia, aunque tiene todas sus explicaciones en la división de las derechas, es simbólicamente demoledora, aunque no está nada claro que la izquierda pueda gobernar una Galicia multipartita en las próximas elecciones. Los resultados, en definitiva, cambiaron mucho la situación del España, aunque creo que en este caso -libres de bloqueos e independentistas- hemos ido a mejor.