Educar para evitar riesgos, pero sin sobreprotección

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza COMPETICIÓN, NO

OPINIÓN

31 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La muerte hace unos días del joven piloto Marcos Garrido, con tan solo 14 años, ha reabierto el debate sobre la conveniencia de permitir a menores la práctica de deportes de alto riesgo, pero es imprescindible tomar una cierta distancia a la hora de valorar este asunto. Vivimos una época de sobreprotección de los niños, en la que se acolchan las zonas de juego, vemos a pequeños con casco incluso en triciclo y patinando y, sin embargo, esta es también la época en la que tienen acceso a más actividades de riesgo: deportes de motor, skate, snowboard, submarinismo, escalada, descenso en bicicleta de montaña y un largo etcétera se combinan para ofrecerles situaciones de riesgo -habitualmente controlado- a cambio de lograr una dosis de emociones fuertes y diversión.

En la mayoría de las ocasiones, estas actividades comportan lesiones relativamente menores, como cualquier otro deporte, pero a veces, desgraciadamente, la velocidad o el medio hostil en el que se realizan pueden causar desgracias mayores o incluso fatales. ¿Deberíamos prohibir a los menores de edad la práctica de ciertos deportes? Bueno, esto podría ser una buena idea, pero ¿quién decide qué deportes son de alto riesgo y cuáles no? ¿Hasta qué edad no pueden practicarse? ¿Los pueden practicar los niños bajo la responsabilidad de los padres? ¿Estamos creando una generación de futuros adultos sobreprotegidos incapaces de asumir riesgos? Hay que tener en cuenta que evitar los accidentes es imposible y que, a veces, la mejor manera de lograrlo es que los niños sepan identificar el riesgo excesivo, para evitarlo o no entrar en pánico si se produce una situación de peligro. Pero también que -hasta una edad cercana a los 14 o 15 años- su percepción del peligro no es realista y ello puede llevarlos a intentar hazañas imposibles. En general, creo que la mejor opción es acompañar a los niños a lo largo de su evolución en los deportes y actividades lúdicas (tanto me da que sea salir a nadar en una playa con cierta corriente como subirse a un árbol o pedalear en una bicicleta) tratando de educarlos en lo que se puede y no se puede asumir para mantener los riesgos bajo un control razonable, pero sin ser excesivamente sobreprotectores. Es mejor que vayan creciendo mientras aprenden lo que se puede y lo que no se debe hacer que tenerlos bajo un férreo control del que, no nos olvidemos, antes o después se nos van a escapar, porque en ese momento cometerán imprudencias. Los padres no podemos delegar en otros, sean entrenadores, amigos, o el Estado, esa responsabilidad, y todos debemos aceptar que como se puso de moda decir hace unos años, la vida es un deporte de riesgo en la que no podemos controlar todas las variables.

Mi opinión es que lo que se debe prohibir, al menos hasta los 16 años, es la competición con el único objetivo de ganar a toda costa, puesto que en ella es en donde se dan el mayor número de accidentes y se asumen los mayores riesgos. Lo demás es una cuestión de sentido común.