En Marea: ¿Unidade? ¿Popular?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

27 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El movimiento de extrema izquierda surgido en el 2014 en torno a Podemos y a sus llamadas confluencias se construyó a partir de una tupida red de rotundas falsedades: que España era una democracia de baja calidad, que en nuestro país no se reconocía una verdadera pluralidad territorial, que la Transición había sido un acto de traición y de entreguismo de la izquierda a la derecha franquista y que la democracia política llegó en 1978 a caballo de un ejercicio galopante de desmemoria colectiva. Y, también, sobre dos inventos maniqueos que, pese a su vaguedad, acabaron demostrando, tras su hábil manejo, una eficacia extraordinaria: la casta, por un lado; y la gente, por el otro.

La cosa era -se decía- que la casta (en esencia el PSOE y el Partido Popular) habían manipulado a la gente durante cerca de cuatro décadas valiéndose de los instrumentos del denominado régimen del 78 (supuestamente una versión remozada del franquismo) y sobre todo de una legislación electoral que impedía la entrada en las instituciones de fuerzas alternativas a las que dominaban el sistema.

El hecho de que la despreciada casta hubiera concentrado durante años más del 70 % de los votos en elecciones generales -limpias, abiertas y competidas- era irrelevante, pues, frente a tal expresión democrática se alzaba, al decir de los nuevos profetas, la gente, que ni equivalía al pueblo, ni al electorado, sino a aquello que las nuevas fuerzas proclamaron representar: la gente era, pensaba y deseaba lo que, por definición, los llamados a expulsar a los mercaderes del templo afirmaban que la gente era, pensaba y deseaba. ¡Gran negocio! Igualmente irrelevante resultaba, por supuesto, que el mismo sistema electoral (¡exactamente el mismo!) que había asegurado la hegemonía política del PSOE y el PP fuese el que al fin posibilitaba la aparición con gran fuerza de la nueva extrema izquierda.

No han transcurrido ni cinco años y ya todo el que quiera puede ver que la autocalificada pomposamente como unidad popular ha dado lugar a una gresca de sus élites que prueba que la cacareada unidad no existía y que de popular no tenía más que el nombre. Si ello ha ocurrido en mayor o menor grado en otras partes del territorio nacional, lo sucedido con el movimiento que se asentó en Galicia en forma de Mareas, y luego en La Marea, expresa a la perfección hasta qué punto fue aquel experimento una ficción.

No hay día que no sepamos por los medios de comunicación de un nuevo follón, otra pelea o un nuevo desencuentro de las fuerzas de esa sopa de letras, transformada por obra y gracia de sus dirigentes en un verdadero arrancamoños. Tanto, que ni con un mapa detallado es uno capaz de moverse con soltura por el mar proceloso de las intrigas de quienes pretenciosamente se ubicaban tras un paraguas, el de la unidade popular, que se muestra lleno de agujeros. Y eso, claro, es lo peor que a un paraguas puede sucederle.