¿Qué se puede hacer el 28 de abril?

OPINIÓN

David Zorrakino - Europa Press

18 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El 20 de diciembre de 2015 se celebraron en España elecciones generales. Las ganó el PP con solo 123 escaños. Si España «fuese bien», todavía estaríamos en esa legislatura. Pero, dada la enorme e insólita dispersión de voto que entonces se produjo, no fue posible investir un presidente, y las Cortes fueron disueltas el 3 de mayo de 2016. El 26 de junio siguiente se celebraron nuevas elecciones, en las que el PP subió hasta los 137 escaños. Pero la fragmentación del congreso se mantuvo en niveles muy similares, por lo que Rajoy no obtuvo la investidura hasta el 27 de octubre. La falta de acuerdos para gobernar fue la tónica de aquellos meses. Pero el gran terremoto se produjo cuando Rajoy, a pesar de haber sacado a flote los vigentes Presupuestos, fue desplazado por Sánchez el 1 de junio de 2018, mediante una moción de censura apoyada por una heterogénea coalición que llevaba en su ADN la ingobernabilidad absoluta. Por eso, tan solo ocho meses después, obligaron a Sánchez a convocar nuevas elecciones para el 28 de abril de 2019.

 El problema de España, desde 2015, es la fragmentación y bloqueo del Congreso, la heterogeneidad de su composición, la absoluta incomunicación entre sus grupos y líderes, la deriva frentista que generó la moción de censura, y la caída de la gobernabilidad a los niveles más bajos de los últimos cuarenta años. En España no hay ningún rechazo a la alternancia de izquierdas y derechas, ni a que los partidos nacionalistas vascos y catalanes funcionasen -cuando eran institucionales y cumplían la ley- como bisagras del sistema, ni a que personas como Rajoy o Sánchez ejerciesen liderazgos muy competitivos. Nuestro problema es que, en el transcurso de la crisis, se produjo un grave cambio en la cultura política y en los comportamientos electorales de los españoles, hasta el punto de generar un bloqueo político estructural que ya no obedece a diálogos y simpatías políticas tradicionales.

Y en este contexto, el problema de Sánchez, contra el que algunos hemos cargado tanto, no es que sea socialista, ni que quiera gobernar desde la izquierda, ni que tenga más o menos luces para hacerlo. Su fallo consistió en querer gobernar sin ganar las elecciones, y en embarcarse, con este único fin, en una serie de tratos y componendas que fueron letales para el funcionamiento del sistema. Y cuando las cosas llegan a este punto, solo el electorado puede reconducirlas. Y para eso es necesario que, en vez de preguntarnos qué político es más angélico, o que partido está más limpio, o que ideología es más justa y eficaz para la sociedad del bienestar, nos preguntemos directamente quién puede sacarnos de este embrollo, o quién tiene más recursos políticos y humanos para gobernar este país. Porque, si es la pregunta, no sé si Casado o Sánchez, ni si la izquierda o la derecha, pero alguien vendrá que ponga orden y concierto en el espacio público.

De momento, lamento decirlo, las cosas no van por ahí. Pero aún tenemos tiempo para intentarlo.