21 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Limpio. Seguro. Amplio. Casi quirúrgico. Un corte preciso. Una incisión perfecta, de márgenes claros. Una herida que necesitaba ser abierta. Quizá haya sido el único modo. La única vía. El brillo del metal atravesando la piel. Haciendo daño. Apenas un instante. Apenas lo necesario. Por un segundo, verse reflejado en la hoja mientras mana la primera gota de sangre.

Escuece. La brecha abierta tras el primer desengaño. Todas las lágrimas que jamás han sido derramadas. Aquel abrazo que no ha llegado a ser. La caricia que nunca será acariciada. Pica. El labio abierto tras las primeras patadas. La presión por tener que funcionar como líder. El macho alfa. Aquella envidia silenciosa cuando ella es la que trae el salario fuerte a casa. No te permitas sentir. La vulnerabilidad tiene que ser para siempre silenciada. No sufras. Que cada mujer sea una muesca más en tu cama.

Resquema. La agresividad. Posee, protege, provee. Tú tienes que ser el que manda. Construirse por oposición. A todos los otros. A todas nosotras. Oh, vaya. Cállate de una vez. Los chicos no lloran. Son cosas de críos. Tienen que curtirse para lo que la sociedad les demanda. ¿Y si te insultan? Pelea. ¿Y si te duele? Pelea. ¿Y si te frustras? Pelea. ¿Cómo iba a ser de otro modo? Anuncian cuchillas. ¿Te ha dolido el corte? Llora. No pasa nada. Porque quizá sea hora de cambiarlo todo. Y esta herida, empezar a curarla.