El persa, el árabe y el hindú

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

05 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Ya están en camino, llegando. Melchor es persa; Gaspar, árabe; y Baltasar, hindú, y cada año, desde hace algo más de veinte siglos, trece días después del nacimiento de Jesús en Belén acuden a este viejo país con su caravana de fantasía trayendo todo tipo de presentes, de regalos que reparten en los hogares cuando la noche del día 5 se disuelve en una Epifanía que nace con la madrugada.

La crónica se va escribiendo a lo largo de los tiempos: primero fue Orígenes, que subrayó la profecía de Miqueas, la recogió el Liber Pontificalis y Santiago de la Vorágine matizó algunos aspectos, pero el más reciente autor literario que se incorporó a la larga crónica que parte del evangelio armenio de los niños es Ramón Loureiro, que en su libro Al rey de los ángeles recupera la tradición bíblica de sus majestades de Oriente ubicándolos en Escandoi, el corazón de la tercera bretaña, su mundo de vivos y muertos, escrito desde la elipsis en largos párrafos que más que a leer invitan a soñar. Yo siempre he sido partidario de nuestros señores Reyes, y este mes de diciembre he ido a rendir viaje de pleitesía a la catedral de Colonia, donde reposan sus restos en un cofre dorado y triangular desde que Barbarroja los depositó en ese lugar trasladándolos desde Milán, en los albores del siglo XI de esta era cristiana.

Yo siempre he sido partidario de ellos en ese combate desigual que va ganando Santa Claus, ya instalado en el mismo centro de la Navidad, pero que nunca podrá destronar a sus majestades de un reino mágico sin territorio conocido.

Y aún hay un cuarto rey. Artabán se unió a la caravana de camellos que viajaban a Judea, en la pluma de una bella historia de Henry van Dyke, a finales del siglo XVIII. Artabán se desvió de la ruta que señalaba la estrella, y, portador de obsequios para el niño -un diamante de Meroe, jaspe de Chipre y rubíes de las Sirtes-, socorrió con ellos a quienes los necesitaban, sufrió prisión y castigos y por fin, treinta y tres años después, llegó a Jerusalén, justo en el momento en que Jesús expiraba, moría crucificado en el Gólgota, en el monte Calvario. Pudo ver su mirada, Jesús le sonrió, y ambos entregaron su alma al Padre. Es en síntesis la historia del cuarto rey, que en esta ocasión se une al cortejo que en la noche del 5 de enero recorrerá todos los caminos de España.

Harán parada excepcional en Sillobre, cabe la mar de Fene, de Neda, de Ferrol, para que palafreneros y pajes, camellos, dromedarios y caballos refresquen su sed mientras los señores Reyes escuchan cómo Loureiro lee las páginas de su libro de las maravillas. Antes que comience el reparto de dádivas y demás obsequios. Ya están llegando los Reyes Magos del Oriente lejano.

Artabán se desvió de la ruta que señalaba la estrella, y, portador de obsequios para el niño, socorrió con ellos a quienes los necesitaban, sufrió prisión y castigos y por fin, treinta y tres años después, llegó a Jerusalén, justo en el momento en que Jesús expiraba