El pequeño gran comercio

César Casal González
césar casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Alberto López

11 nov 2018 . Actualizado a las 08:41 h.

Si hacemos caso de los comentarios surgidos a raíz de la campaña del pequeño comercio contra el abandono que sufren, todos los tenderos de este país tendrían que estar forrados. Y no es así. Hoy Amancio Ortega no podría haber empezado con su tienda de batas. Así de claro. Lo habrían freído a impuestos, a exigencias. Ser autónomo e intentar tirar de un negocio es solo para héroes.

Si hacemos caso de las reacciones a la justa y necesaria campaña que grita El pequeño comercio dice basta ya, las tiendas de las ciudades estarían abarrotadas de clientes a los que no les importa pagar un poco más a cambio de un trato cercano y cálido, muchas veces entrañable, porque el que te vende es tu vecino, al que luego ves tomando un café en el bar.

Si hacemos caso de lo que se ha oído desde la protesta de tantos esforzados emprendedores que han dicho que son invisibles en esta sociedad de la compra anónima y a distancia, resulta que no hay un gallego que no compre en esa tienda de la esquina, en su barrio. Nadie sabe lo que es Amazon. No hay ni un comprador que no busque gangas sin intermediarios por Internet. No existen culpables en lo que les pasa a los pequeños comercios que no pueden competir con las rebajas perpetuas como las nieves del Himalaya de las grandes cadenas o de la pantalla del móvil.

Lo que pasa es que hablar es gratis y las mentiras no pesan. Pero en los barrios nos conocemos todos. Y sabemos que en el pequeño comercio siguen comprando cuatro, de las que tres son abuelas o abuelos que no pueden desplazarse.

Despreciamos a nuestros esforzados vecinos que tienen el negocio al pie de nuestras calles. Lo de favorecer la economía cercana es muy poético pero muy pocos lo practican. Hay algunos valientes que reconocen que prefieren la compra fabulosa por Internet para mirar por su economía. Pero que no mientan. Que no digan que también les gusta vivir el barrio.

La tragedia del pequeño comercio es la misma que la de las aldeas. Todos hablan maravillas, pero muy pocos las pisan. Y cuando van están un rato y salen huyendo para ponerse a la cola del atasco hacia una superficie comercial o para quemarse los ojos en la pantalla comprando por Internet. Dan trabajo, sí. A los repartidores. Piensen que cada vez que vean crecer el ejército de repartidores mal pagado, más tiendas de su barrio cerrarán sus puertas y tendremos a otro vecino con la vida estragada.