Tiempo de castañas

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

06 nov 2018 . Actualizado a las 00:55 h.

Noviembre, en el ecuador del otoño, para mi el mes más triste de los doce que baraja el calendario. Este año lo inauguró una puñalada certera con la muerte de mi primo el dramaturgo Gustavo Pernas, que llevó hasta donde yo estaba una cruel e inesperada noticia. Tiempo de difuntos que banaliza la muerte convirtiéndola en un espectáculo infantil que llena de jalogüíns las calles de occidente con disfraces de caricaturizados muertos vivientes.

En Nápoles donde he estado estos días en la entrega de un premio literario del que era jurado, existe una vieja tradición, hoy prácticamente desaparecida, que consiste en llevar a los hogares populares un esqueleto humano exhumado de un camposanto para que propicie la buena suerte en los números de la lotería que la osamenta susurrará a los habitantes de la casa mientras duermen. Si no es así se cambia un esqueleto por otro hasta que la fortuna les sonría.

En México la muerte es una fiesta que está declarada de interés cultural, en la que existe una folklórica resurrección, una segunda oportunidad para los cadáveres entre mariachis y tequila.

En Galicia se pretende recuperar un viejo rito de dudosos orígenes celtas, el Samaín, con calabazas que iluminan la noche, y bailes corales que llevan recuerdos terrenales a nuestros difuntos. Noviembre es un mes de oscuridades, poblado de sombras, un tiempo en el que la noche se adelanta a la tarde y cubre con su manto de estrellas los valles y las montañas, todos los caminos y las veredas de Galicia. Es tiempo de castañas, nuestro genuino producto icónico, antecedente coquinario de la popular patata, que estuvo presente en la cocina gallega hasta que el descubrimiento americano impuso el tubérculo en nuestras mesas. Leo sorprendido que nuestras 15.000 toneladas de la producción anual de castañas, muchas de ellas destinadas a la exportación o transformadas en cremas y otras delicatesen, están siendo amenazadas por la llegada a los supermercados de castañas chinas, invasoras, que compiten con las nuestras solo en el precio y no en la calidad.

La castaña gallega, es lo que la bellota de encina, para nutriente de calidad de nuestra cabaña porcina. Cuando llegaba noviembre envuelto en lluvias, los chavales de mi generación, visitábamos los cementerios el día de difuntos con un collar de castañas cocidas, que en Viveiro se llamaban zonchos. Era una suerte de rosario laico que colgábamos al cuello y del que comíamos sus frutos a lo largo del día.

La cultura de los muertos es la cultura de la memoria de los vivos, un mes poblado de recuerdos y de ausencias, un mes que mira de cerca al otro lado de la vida, el que recibe los primeros fríos y la lluvia obsesiva, un mes que no tiene generalmente buena prensa, mientras aguardamos la llegada de diciembre.