¿De qué se ríen esos idiotas?

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

12 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando leí por primera vez un cuento de Silvina Ocampo recuerdo que me dejó desconcertado. Fue como tirarme al mar de Mera desde la pesquera de Penatouro. Silvina era la menor de las hermanas de una familia argentina de mujeres capitaneada por un fenómeno de la naturaleza, una especie de Cassius Clay de la literatura. Victoria Ocampo fundó la revista Sur y conoció a Virginia Woolf y Tagore, por citar churras y merinas. Las hermanas aprendieron inglés y francés antes que castellano, y a veces vivían en París. Silvina se ligó a un jovenzuelo muy guapo y muy educado, rico por casa, que jugaba al tenis estupendamente, al que llevaba diez años. Se llamaba Adolfo Bioy Casares, Adolfito, íntimo amigo de Borges y, andando el tiempo, premio Cervantes de las Letras. Bioy es el autor de La invención de Morel. Una novela perfecta. El bello Adolfito, el héroe de las mujeres, tuvo un romance con la mujer del insoportable y magnífico escritor mexicano Octavio Paz, Elena Garro, una diosa que, mira por dónde, resultó ser también una magnífica escritora. Borges y Bioy, que eran crueles en sus opiniones, sobre todo el primero, mantenían una eterna esgrima verbal tras las cenas que les daba Silvina -con filete y patata cocida, cenas aburridísimas- y se reían celebrando su propio ingenio. Mientras, en su cuarto, Silvina escribía cuentos crueles para un joven de La Coruña y pensaba: ¿de qué se ríen esos dos idiotas? Todo esto lo cuenta ahora Mariana Enríquez en un libro que recupera Herralde para el lado de acá.