En España, quien no conspira no mama

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

MARISCAL | Efe

18 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque la organización territorial española -lo he escrito con frecuencia- es desde hace más de dos décadas de naturaleza federal, nuestro federalismo presenta una peculiaridad que lo hace muy diferente a la inmensa mayoría de los existentes en el mundo: la presencia de nacionalismos interiores. Nacionalismos que, con gran influencia en la gobernabilidad de España, han acabado reivindicando un Estado propio, bien con respeto a la legalidad (plan Ibarretxe), bien echándose al monte de la rebelión institucional (proceso secesionista catalán). Es esa diferencia entre nuestro federalismo y los demás la que explica que la visita que ayer giró a la Moncloa el presidente de la Xunta haya generado mucha menos atención política y mediática que las que hicieron los presidentes del País Vasco y Cataluña. Un contraste que, si me lo permiten, es sangrante.

Alberto Núñez Feijoo que ayer se entrevistó con Pedro Sánchez tiene detrás de sí a la mayoría absoluta de su Parlamento regional, ha ganado con esa misma mayoría tres elecciones autonómicas, han garantizado una gran estabilidad política y gubernamental, cumple con sus obligaciones financieras y ha demostrado desde siempre una lealtad institucional y constitucional de raíces profundamente democráticas. De nada de eso pueden presumir ni el presidente vasco ni el presidente catalán: ni pertenecen a partidos con mayoría absoluta, ni han ganado nunca con tal mayoría una elección y la gobernabilidad y estabilidad brilla hoy en sus comunidades, o ha brillado en el pasado, por su ausencia.

En cuanto a la deuda, la de Cataluña es la más abultada de las autonomías, mientras que el País Vasco no la tiene, pues juega con la ventaja de no contribuir a la solidaridad territorial. No insistiré en la cuestión de la lealtad, pues nuestra democracia lleva todo el nuevo siglo lidiando con el desbarre soberanista: con el vasco, antes, y ahora, a cara de perro, con el catalán.

Los gobiernos -el actual, que cuenta con ¡84 diputados!, y no pocos de los que lo han precedido- se muestran obsequiosos hasta lo ridículo y en ocasiones, lo grotesco, con quienes se dedican a darle patadas en la boca a la unidad del país, a su solidaridad y a la Constitución que las garantiza. Sin embargo, en paralelo, actúan de un modo cicatero y cutre con comunidades que, como Galicia, ofrecen todo lo contrario: seguridad, estabilidad y lealtad.

Para unos el chocolate del loro: buenas palabras, quizá el traspaso de la AP-9 (¡sigo sin entender esa obsesión con la AP-9!) y la alegre promesa de acabar un AVE que debería estar ya funcionando desde hace muchos años. Para otros chocolate con churros y fina bollería. Y el loro cocinado en pepitoria.

Ese es el juego: podría decirse que quien no llora no mama, aunque en realidad la cosa es completamente diferente: aquí no se trata de llorar sino de conspirar. Y el que conspira contra la unidad y la solidaridad de todos tiene premio. Asegurado.