Uno de los nuestros

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

29 abr 2018 . Actualizado a las 09:40 h.

Ante todo vaya por delante mi homenaje a Scorsese, reciente premio Princesa de Asturias por su larga trayectoria fílmica. El título de hoy se lo debo, y me justifica una larga trayectoria de fracasos, de decepciones, en la permanente búsqueda de héroes contemporáneos que mi obcecada juventud me abría periódicamente en la esperanza de un nuevo revolucionario capaz de liberarnos de la tiranía, de la opresión y conducirnos, -oh, iluso- a la construcción del hombre nuevo.

Ahora que solo creo en los héroes de Marvel con el Capitán América y sus secuaces, incluidos los Cuatro Fantásticos, e incluso Hulk, en Bugs Bunny -qué hay de nuevo, viejo- y Melville, el autor de Moby Dick, hago balance recordando que tal día como ayer de hace más de cuarenta años viajé en el tren nocturno que unía Madrid con Lisboa, para festejar dos días después del fin salazarista, la revolución de los claveles, que yo celebraba como el prólogo del final del franquismo, Duró poco el referente político y Otelo Saraiva de Carvallo, pasó pronto a la lista general de las decepciones.

Cuando estuve en Cuba, en una lejana feria del libro, invitado por el Gobierno de Fidel, busqué el rastro de uno de los ídolos de mi juventud, que era argentino y cubano, y que tuve que ubicarlo en una imagen de un póster que decoró todas las habitaciones de los jóvenes europeos. El Che Guevara se cayó del altar laico en donde lo había colocado. Las sombras superaron a las luces.

Y perseveré, en la búsqueda de uno de los nuestros, primero teóricos de la revolución como Toni Negri o Cohn Bendit, que pronto pasaron al olvido, mientras poco a poco fui profundizando en el pensamiento social demócrata europeo, a partir de un beca de la Fundación Friedrich Ebert que me llevó a Alemania y me afilió, creo que para siempre, a las ideas que defendían Willy Brandt o el viejo Olof Palme.

Volví a entusiasmarme con toda la panoplia de comandantes y subcomandantes desde Edén Pastora, el comandante Cero, los Sandinistas liberadores de Nicaragua, con el impostor Daniel Ortega y su soporte intelectual, el para mí muy irregular escritor Sergio Ramírez, reciente premio Cervantes, que se empeña en confundir los molinos cervantinos con los nenúfares de Darío (don Rubén).

Después llegó la ultima opción, desde la Chiapas mexicana y su revolución de opereta, montado a caballo, armado con una M-16 y pistola al cinto, vestido de guerrillero de manual y Coronel Tapioca, disfrazado con pasamontañas y gorrilla raída, con cachimba y un discurso compartido con Bolívar, Martí y Lenin.

Era el subcomandante Marcos, que anduvo en coplas de Sabina y luego, como en el clásico, «fuese y no hubo nada». Gran fiasco.

Ya no tengo a nadie que sea uno de los nuestros. La revolución se diluyó con la edad y las redes sociales. Me quedan el conejo de la suerte, la resignación y la literatura, y Cunqueiro, quien como yo admiraba a Melville y la ballena y que fue siempre uno de los nuestros.