O tempora!, o mores!

OPINIÓN

Emilio Naranjo | EFE

14 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Qué tiempos, qué costumbres!», decía Cicerón, mientras arremetía en sus celebérrimos discursos contra Verres y Catilina. También lo dijo Manrique en sus coplas tan sublimes: «Cómo, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor». Y así lo digo yo -¡tempos aqueles!-, mientras repaso lo que, a juicio de los medios de comunicación y de las instituciones de representación y control, constituye la agenda actual de la política española.

Dicen los psicólogos que la nostalgia funciona como un filtro de memoria que elimina todo lo negativo y reviste de brillantez lo positivo.

Y eso es lo que me pasa a mí -¡quién me lo iba a decir!-, que a la vista de la impostada estupidez que domina la acción política y la opinión pública, empiezo a echar en falta aquellos gloriosos años 2012-2016 en los que -a base de autoflagelación, ignorancia, resentimiento, populismo y recortes, y con la colaboración de Merkel y los buitres de negro- habíamos llegado a la conclusión de que España era el país más desigual y empobrecido del mundo, que los niños se iban al colegio sin desayunar, que la enseñanza y la medicina públicas habían colapsado, que la mitad de la población había sido desahuciada, que el gobierno rescataba a los banqueros y se regodeaba con el sufrimiento de la gente, que los científicos se morían de hambre y los analfabetos se forraban, y que solo los pensionistas -¡porque eran otros tiempos- podían evitar que sus famélicos nietos muriesen de hambre y frío, o que los Reyes Magos les dejasen carbón, con un zapato encima, en vez de un ciclomotor.

Porque si tengo que escoger entre estas bobadas de hoy -que extirpan la política, bloquean el gobierno, convierten a los diputados en bufones y dejan al ciudadano a merced de su destino-, y aquellas exageraciones de entonces -que levantaban oleadas de indignados, espoleaban a los gobernantes, generaban complejo de gusanos en los que tenían empleo, ensalzaban el fracaso y castigaban el éxito, y hacían una mención, por antífrasis, a las virtudes de la igualdad, la solidaridad y el trabajo-, les juro a los cristianos, y les prometo a los laicos, que me quedo con aquellos tiempos gloriosos en los que casi todos creían que el Partido Popular y el PSOE iban a dejarle paso libre a un nuevo Perón descamisado, encarnado en Pablo Iglesias.

Lo malo es que esta disyuntiva -que en realidad es un brutal dilema- no tiene solución. Porque, no pudiendo explicar lo que nos pasa hoy si no damos por supuesto que somos un país rico, feliz y confiado, tenemos que llegar a la conclusión de que, si equivocados están los fuleros de hoy, más lo debían estar los apocalípticos de entonces.

Y por eso empiezo a pensar que, añorando el pasado más pasado -o sea, la Transición-, es posible que tengamos un acuerdo básico para ponerle letra al Himno Nacional: «O tempora, o mores!, / de aquella España perdida, / en que todo iba mejor / y muy pocos desbarraban».