Si el poder escuchase la voz de la calle

OPINIÓN

Luca Piergiovanni | Efe

17 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Si el Gobierno escuchase la voz de la calle habría cadena perpetua, juicios sumarios, e incluso pena de muerte. No se habría afrontado el ajuste económico exigido por la crisis, y, en su lugar, nos hubiésemos lanzado a una orgía de gasto que nos habría quebrado como país, excluido del euro y hundido en la miseria. Si el Gobierno hubiese escuchado la voz de la calle no habría realizado la reconversión industrial, habría mantenido el Instituto Nacional de Industria (conocido popularmente como el INI) -aquel cementerio de empresas estatalizadas que nos costaba un ojo de la cara-, y habría seguido fabricando barcos, coches y platos mediante el mecanismo de pagar las pérdidas con impuestos y de crear obreros privilegiados y prejubilados de lujo. Y si el Gobierno hubiese escuchado la voz de la calle no habríamos rescatado a los bancos, sino a las personas, y todos nuestros ahorros se habrían esfumado en el otoño, cuando las «hojas del árbol caídas / juguetes del viento son».

Si el Gobierno escuchase a la calle, tendería a igualar las pensiones, vincularía su subida al IPC, las desvincularía de las cotizaciones y convertiría España en un paraíso terrenal en suspensión de pagos. Llenaría las vías del AVE de estaciones y apeaderos al estilo del tren de La Robla. Convertiría las hipotecas en subvenciones, fijaría el salario mínimo en mil euros, pagaría sus aventuras financieras a los que invirtieron en filatelia, abriría las minas insostenibles, dejaría comerciar con el orujo casero y pagaría con dinero público todas las verbenas y fiestas gastronómicas. Y, en resumen, si el Gobierno escuchase a la calle, no haría falta Gobierno, gestionaríamos los impuestos a golpe de manifestación, y podríamos tomar las decisiones que España necesita enardeciendo a las masas y haciendo funcionarios a los abaixofirmantes.

La razón por la que los ciudadanos hemos conformado gobiernos, pagado impuestos, creado parlamentos y partidos, celebrado elecciones, inventado los medios de comunicación, y creado grande cuerpos de inspectores de Hacienda, fuerzas de seguridad, normativas urbanísticas, y control de residuos es porque la voluntad del pueblo solo se puede digerir -como muchos otros manjares- debidamente sazonada y cocinada, y con guarniciones y vinos muy bien escogidos.

Que Pablo Iglesias pida que escuchemos la voz de la calle tiene algún sentido, porque es populista, vive en la oposición y está rodeado de camadas populares -la expresión fue acuñada en su día por Xosé Manuel Beiras- que nunca tocaron poder ni quizá esperan tocarlo. Pero que esa petición la haga el presidente del Gobierno, sus ministros y diputados, y los líderes de la oposición socialista -que tanto gobernó y tan llamada está a volver a gobernar-, es para echarse a temblar. Porque solo significa que no saben de qué habla, o que la impotencia del gobernante es la antesala del populismo. Y que podemos acabar gobernados por los manifestantes y -en términos metafóricos- comiendo la carne cruda.