Carnaval, teoría y práctica

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

10 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Lope de Vega sostenía que tras la máscara está la subversión, y Pérez Galdós mantuvo que el Carnaval es transgresión , los viejos se visten de jóvenes, los hombres de mujeres y las mujeres de hombres. El Carnaval ha sido transformar lo viejo en lo nuevo, reivindicar la utopía desde la sátira, una fiesta en sus inicios liberatoria. Acaso ello está en sus orígenes, en las saturnales de los romanos, en la celebración campesina del tránsito del invierno a la primavera, como dice el aserto latino semel in anno licet insanire, que más o menos se traduce en que una vez al año es licito enloquecer. Carnem levare, o tolere, carnes quitar que el día después de las carnes tolendas se inaugura la Cuaresma con su carro de lutos previos a la muerte de Cristo y la prohibición antañona de comer carne durante los cuarenta días que preceden al viernes santo. Días en que la máscara estaba jerarquizada, según procedencia, de hijas del teatro, del bien y del mal, la de Arlechino, en la comedia del arte es negra, la careta del diablo, frente a la blanca de Polichinela. Miles de máscaras invadían las calles de España el domingo, lunes y martes de carnaval, hasta que el franquismo prohibió los disfraces completos, en los días en que se suspendían las prohibiciones de la vida corriente. Durante dos décadas estuvo vetado aunque en algunos lugares de España, como Galicia, se fue tolerando. En Galicia fueron hegemónicas las celebraciones campesinas desde el atávico correr o galo, hasta las manifestaciones en la provincia de Ourense de cigarróns, pantallas, madamas y xenerais, de Verin, Xinzo o Cobres. De aquellos carnavales espontáneos, donde la crítica, y el juicio al poder, al orden establecido era la regla común, no queda nada. Los carnavales de parroquias rurales y aldeas son hoy antropología, y en las ciudades se pasó de la ingenuidad -¿me conoces, mascarita?- a un hibrido entre las marchas danzantes y libidinosas de Río o Bahía, llamados genéricamente desfiles, que exhibiendo un narcisismo de difícil justificación apelando a los orígenes, ofician una suerte de mixtificación de procesiones cívicas propiciadas por los ayuntamientos con importantes premios en metálico a las comparsas y chirigotas que recorren en dos semanas los concellos de toda una comarca a ritmo de samba o batucada con importados sonidos brasileños. Es la teoría y práctica de los carnavales, de lo que se llamaron fiestas de invierno edulcorando sus contenidos. Se ha unificado el discurso y ya nada queda de aquellas manifestaciones que se celebraban antes que los ayunos y abstinencias lo impidieran. Nos queda como consuelo racial y genuino el epitafio de la larga semana, reflejado en el entierro de la sardina.