En un celebrado chiste de Gila un tipo cuenta: «Ayer volviendo a casa vi a tres hombres agrediendo a otro, y tuve que intervenir. ¡Menuda paliza le dimos entre los cuatro!». Eso es lo que me viene a la cabeza cuando leo cómo la familia del Chicle declara ahora en su contra ante el juez. Pareciera que estaban encubriéndolo porque creían que había pasado la noche cuidando enfermos en un hospital y por modestia no querían que se supiera. Y todo tras leer en la prensa titulares como que la familia del Chicle se verá arrastrada por este a la cárcel. Los españoles, claro está, vamos a querer saber más adelante aquello de la violación de su cuñada, de la hermana gemela de su mujer. Vamos a querer saber por qué las familias también lo arroparon entonces. Entre tanto la Guardia Civil nos ha dejado pasmados por la eficacia y los medios empleados, que tanto difieren de los esfuerzos con que a finales del siglo XIX contaba Scotland Yard para detener a Jack el Destripador. Aquello comenzó con la muerte de Mary Ann Nichols y totalizó cinco víctimas reconocidas. La prensa entonces se volcó como hacen ahora los frívolos programas de televisión de la mañana. Muchos fueron los sospechosos, delincuentes la mayoría. Pero también se llegó a decir que tras el terrorífico nombre se escondía Joseph Merrick, el hombre elefante, o el hijo del mismísimo príncipe de Gales. Aunque nunca se encontró al asesino. Hoy, afortunadamente, José Enrique Abuín Gey, alias el Chicle, está en la cárcel. Su hermana se va a cambiar el apellido.