El año del disparate, o también...

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

STEPHANIE LECOCQ | EFE

31 dic 2017 . Actualizado a las 08:27 h.

O también el del absurdo, el desatino, la insensatez, la incoherencia, la incongruencia, el despropósito, la necedad, la sinrazón, la tontería, la temeridad, la barbaridad, la imprudencia, la locura, el exceso o la enormidad. Todo ello ha sido, en grandes dosis, el año que termina para la política española a cuenta del llamado contencioso catalán, forma fina ¡y embustera! de calificar la rebelión secesionista contra nuestra democracia.

Y todo, claro, limitándome a los términos de uno de los varios diccionarios de sinónimos que utilizo como instrumento de trabajo. Porque el 2017 ha sido, así mismo, gracias a las locuras del independentismo y de quienes lo ha apoyado desde el izquierdismo podemita y los nacionalismos periféricos, el año de la farsa y la mentira, de la trola y el esperpento, del bulo y de la bola, del cuento chino y la patraña, de la caradura y la desvergüenza, de la jeta y el descaro.

De hecho, el 2017 termina, por desgracia, como comenzó: con la política española convertida en un espectáculo risible, en un circo donde maldita la gracia que tienen los payasos. Vean si no.

El debate es ahora si un político fugado de la acción de la justicia tras haber sido imputado por gravísimos delitos puede dirigir desde el extranjero el gobierno catalán. ¡Ahí queda eso! ¡Con dos narices! Es tal el nivel de mamarrachada en el que nos hemos ido instalando casi sin darnos en cuenta que aquí resulta ya posible hablar de majaderías formidables como si fueran debates políticos dignos de respeto. Lo que no es de extrañar tras lo ocurrido en España a lo largo del año que termina.

Los españoles que sabemos que si incumplimos la ley lo pagaremos, hemos visto al gobierno y al parlamento catalanes patear la Constitución, las leyes y la sentencias de los tribunales de justicia; al nacionalismo organizando una rebelión, cuyo fracaso conocía de antemano, pese a saber que supondría una durísimo golpe a la convivencia y a la economía regional y a la de España en su conjunto; a un vicepresidente del TCE actuar como el leguleyo de la secesión; a Podemos y sus confluencias convertidos en el caballo de Troya de la estrategia delictiva de los secesionistas; a cientos de miles de personas convencidas de que los rebeldes encarcelados por orden judicial en un Estado democrático son presos políticos y exiliados los políticos fugados; y a mucha prensa extranjera, de esa que solemos citar con reverencia, dando crédito a todas las patrañas inventadas por los independentistas y sus diversos aliados.

El 2017 acaba, repito, al fin, como empezó: con las chaladuras impulsadas por un grupo de chiflados que han puesto en jaque a un gran país de cuarenta y siete millones de habitantes que trabaja, cumple la ley y trata de salir adelante mientras el independentismo y el extremismo izquierdista colocan en las ruedas del Estado todos los palos imaginables con la esperanza de que España descarrile. Esa, exactamente esa, es toda su política.