El 155 en su día de gloria

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

21 dic 2017 . Actualizado a las 07:33 h.

Hoy es día de elecciones autonómicas en Cataluña., objetivo final del 155 en su versión más light. Cumple, pues, hacer balance provisional de lo conseguido por ese controvertido artículo de la Constitución, aunque el balance definitivo deberá esperar a que Cataluña recupere un Gobierno legítimo y con todas las de la ley. 

El 155 era inevitable. Todo Estado tiene el derecho y el deber de defenderse cuando se pone en cuestión su propia existencia. Dije el Estado, no el Gobierno o el partido que en ese momento ocupe la Moncloa. El Estado se defendió y el saldo provisional me parece positivo. El 155 restableció -está por ver si definitivamente o solo por una temporada- la legalidad en Cataluña. Abrió un paréntesis de calma en el estado de continua confrontación y sobresalto permanente. Agrandó las grietas, ya perceptibles en las postrimerías del procés, en el bloque independentista. Movilizó esa parte de Cataluña, mayoría o minoría silenciosa, que sesteaba acomplejada ante el empuje de las esteladas. Y hoy, después de presentar la radiografía de esa Cataluña fragmentada -dos fincas y media, siete parcelas-, debería terminar su vigencia. Los estados de excepción son excepcionales por definición, no un modo de vida. En manos de los partidos contendientes está el evitar su prórroga y la repetición de elecciones.

Habrá quien diga que la eficacia del 155 ha sido limitada en el mejor de los casos. Cierto. O que no ha resuelto en absoluto el problema de fondo. Pues claro que no. La fractura de la sociedad catalana persiste e incluso se agrava. La economía catalana continúa desangrándose, porque el 155 no garantiza un horizonte de estabilidad política y seguridad jurídica. Solo los ilusos podían pensar que, una vez destapada la falacia soberanista y entrevistas sus catastróficas consecuencias, el nacionalismo entraría en fase menguante y el independentismo quedaría borrado de la faz de Cataluña. La cuestión catalana, ya lo dijo Ortega y Gasset, es irresoluble: solo se puede conllevar. Ni el separatismo más contumaz abandonará esta noche su sueño delirante, ni el unionismo está en condiciones de resucitar y atraer al redil al nacionalismo moderado y pactista de otro tiempo.

Pero el 155 no está diseñado para solventar querellas históricas y asuntos políticos enquistados. Fue concebido para meter en vereda legal a comunidades autónomas díscolas. Y fue aplicado para dar voz y voto a los catalanes. Son estos ahora, con su mandato, y las fuerzas políticas que los representan, con su interpretación de ese mandato, quienes dictarán la nueva hoja de ruta. Los que ejercerán su derecho a decidir: o bien por una de las dos Cataluñas irreconciliables, o bien por soldar la fractura. O la trinchera, o la sutura.

La deriva secesionista ha polarizado las posiciones. La cuerda se ha roto y no entiendo cómo se puede recomponer tirando más por sus extremos. Habrá que acercar los dos trozos hasta conseguir anudarlos. Si a eso, el intento de recuperar el nacionalismo para la causa democrática, le llaman equidistancia, apecho gustoso con el baldón.