Los Soñadores

Manel Loureiro
Manel Loureiro PRODIGIOS COTIDIANOS

OPINIÓN

22 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Les llaman los Soñadores, así, con mayúscula. Son miles de hombres y mujeres, unos 800.000 para ser más exactos, que tienen en común una cosa: llegaron a Estados Unidos siendo tan solo unos niños, acompañando como pequeños paquetes vivos a sus padres, tíos o abuelos en la odisea de cruzar la frontera norteamericana de forma ilegal, huyendo del hambre y la violencia.

Los adultos que los llevaban consigo sabían desde un primer momento que ellos, los mayores, tendrían el estatus de ilegales en la tierra prometida. Conocían las reglas, los riesgos y las consecuencias y aún así decidieron arriesgarse, porque la alternativa era el hambre, la injusticia o cosas mucho peores. Sin embargo, nadie preguntó a estos pequeños que iban con ellos si querían cruzar la frontera. A lo largo de los años, estos niños fueron creciendo, se matricularon en las escuelas, aprendieron oficios y se enamoraron, casaron y fundaron sus propias familias. Todo sería perfecto, si no fuese porque estaban en un limbo jurídico: no eran estrictamente ilegales, porque eran niños cuando entraron en el país y evidentemente no fue por su propia voluntad, pero tampoco eran ciudadanos de pleno derecho.

Durante un tiempo, el Gobierno federal de los Estados Unidos se hizo trampas al solitario y miró hacia otro lado, incapaz de resolver el problema que crecía día a día. A todos los efectos, esos jóvenes Soñadores (llamados así porque simbolizan mejor que nadie el sueño americano) crecidos, educados y criados en los Estados Unidos eran unos ciudadanos más, compartiendo creencias, cultura y forma de vida con los demás, indistinguibles del resto salvo por el color de su piel, un poco más oscuro. Sin embargo, con la ley en la mano, se enfrentaban a una teórica deportación a un país de origen que ya no conocían y del que incluso ya no hablaban su lengua.

En el 2012, el presidente Obama creó un programa, el DACA, que les protegía e impedía su expulsión pero hace unos días Donald Trump se lo acaba de cargar de un plumazo. Con ello contentaba a su base más ultra, que recela de todo lo que no sea blanco, anglosajón y protestante, pero a la vez despertó un enorme rechazo social entre el resto, que ve injusta y desproporcionada la deportación.

Trump puede ser muchas cosas pero sabe oler como nadie la dirección del viento, así que hace unos días, en uno de sus giros imprevisibles, después de cargarse al DACA ofreció a sus rivales demócratas en el Congreso la posibilidad de reimplantarlo… a cambio de que le asegurasen -entre otras cosas- la financiación del Muro con México, su gran obsesión personal de campaña. Con este gesto, ponía en jaque a todo el mundo a la vez: a sus socios republicanos, que se veían ninguneados, a los demócratas, que se enfrentaban a una decisión diabólica y sobre todo a los Soñadores, convertidos de repente en rehenes de una jugada maquiavélica que no tiene solución clara.

A lo largo de los próximos día se verá cómo acaba esta historia, pero de momento la moraleja está clara: en esta era de posverdad, la frase escrita al pie de la Estatua de la Libertad («Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres, a vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad») es, si nadie lo remedia, solo eso: una frase.