Cuando ya no se puede aturar más

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

07 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay una vieja teoría de la etología -esa ciencia que lo mismo estudia el comportamiento del hombre que del resto de animales- según la cual la legendaria hostilidad entre perros y gatos se reduce a un problema de lenguaje: cuando el cadelo está contento menea el rabo, mientras que cuando el minino agita la cola está tramando algo turbio. Y así no hay quien se entienda. Porque cuando el can se aproxima al gato en son de paz, oscilando el rabo como muestra de dicha y compañerismo, el felino interpreta que viene con oscuras intenciones. Y ya está liada.

Ya digo que es una teoría antigua -o anticuada, no sé- y hoy saldrán los zoólogos y veterinarios en masa a desmentirme, pero el caso es que esto de que un mismo gesto o una misma palabra signifiquen cosas diferentes complica mucho nuestra existencia.

En la crisis de Cataluña pasa mucho que un mismo término significa una cosa para unos y otra totalmente diferente para los de enfrente. Ocurre, sin ir más lejos, con la palabra democracia, que para los partidos constitucionalistas quiere decir lo que entendemos todos en los países civilizados desde la Constitución de Estados Unidos, allá por 1787 y, en cambio, en manos de los secesionistas la democracia consiste en que la mayoría -por raspada que sea- puede aplastar a las minorías disidentes sin ningún tipo de control ni protección por parte de las instituciones.

Lo vimos ayer en un pleno que nos hizo recordar una vez más lo cerca que están, en el Parque de la Ciudadela, el Parlamento catalán y el entrañable Zoo de Barcelona.

Hay otra palabra sobre la que tampoco acabamos de ponernos de acuerdo. Ayer la oímos unas cuentas veces en la versión original del debate del Parlament: aturar. En Galicia dice la Real Academia Galega que aturar es «admitir ou sufrir [algo ou a alguén que é desagradable ou que amola]». En castellano sostiene la RAE que, entre otras cosas, aturar es «obrar con cordura y juicio».

¿Y en catalán? Ayer escuchamos repetidamente a la oposición pedir a Forcadell que aturase primero el pleno y luego la votación, lo cual no quería decir exactamente que la presidenta del Parlament tenía que admitir o sufrir aquello, aunque le amolase, sino más bien que lo detuviese. Porque aturar, según el Institut d’Estudis Catalans, es «impedir continuar un movimiento, una acción (a alguien o a alguna cosa)».

Desde hace demasiado tiempo, hemos aturado -en gallego- la tabarra insoportable del secesionismo catalán. Ahora, a las puertas ya del 1 de octubre, ha llegado el momento de aturar el dichoso procés, pero en catalán, o sea, de frenarlo, para poder, de una vez por todas, empezar a aturar en castellano, es decir, a obrar con cordura y juicio.

Todo este tostón del procés, que casi nos ha llevado a conceder la independencia a Cataluña por puro hastío, ha sido desde el principio una cuestión de aturar. Solo que, como los perros y los gatos, no nos poníamos de acuerdo sobre qué clase de aturar estábamos hablando. A ver si ahora.