Bodas

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

ABEL ALONSO | Efe

03 sep 2017 . Actualizado a las 09:30 h.

Dos meses y pico después de aquella boda se hundió el Prestige. El tiempo le pone rima al pasado y en el recuerdo de aquel trimestre del 2002 la boda y el petrolero encajan como un palíndromo. El Prestige fue la gota negra que desbordó la era Fraga y en los fastos del Escorial los brindis tenían el timbre precursor de la orquesta que suena en las bodas de El padrino.

En realidad la de Ana Aznar fue un epítome de boda. La derecha borda las ceremonias, esas liturgias en las que nada es lo que parece y en aquella el amor solo era una excusa pomposa. Aznar redactó una lista de invitados que era el Almanaque de Gotha de su soberbia. En lugar de aristócratas, por el patio desfilaron los redactores de aquel tiempo de bulimia política con los estómagos atiborrados de planes urbanísticos. Aquellos príncipes de la comisión escribieron el argumento ominoso de una época con el estruendo de la escopeta de Blesa apuntando a su pecho como epílogo. 

La derecha sabe cuánto vale una boda. Conoce los términos del contrato y exige un copyright del espectáculo. Por eso alborotan cuando un comunista de etiqueta espera a su novia en el altar. Aunque el altar sea una bodega y los invitados un arco parlamentario.  Un tipo de derechas ve en el chaqué de Garzón un acto de sumisión de la izquierda y en el ramo de la novia un refuerzo positivo de su forma de entender el mundo. Cree que la lucha de clases existe y que la van ganando ellos. Cree que el banquete de un diputado de izquierdas es una imitación acomplejada de su estatus. Para un tipo de derechas, una boda como dios manda es una celebración en plena contienda, un acto esencial en sí mismo, la liturgia de un orden que no debe cambiar.