Compite con valentía, sin miedo, con una actitud muy positiva. Parecen no afectarle los errores que, como cualquier jugador, se puede encontrar por el campo. Hasta en eso Justin Thomas me recuerda a su amigo Jordan Spieth. Natural, conoce muy bien su juego. Quizá en su repertorio no haya golpes tan espectaculares como los putts de Jordan, que es otra cosa, o golpazos como los de Rory McIlroy, Jason Day y Dustin Johnson. Pero le aúpa su regularidad.
Si tengo que quedarme con uno de sus golpes en la ronda final en Quail Hollow, elijo la salida del 17, ese par 3 tan protegido por el lago. No se arrugó y tiró a la bandera. Cuando lo vi, me dije: «Este chico merece el torneo». Muy pocos jugadores tienen la valentía de tirar ese golpe con esa confianza. Puedes apuntar al centro de green y que al final la bola vaya hacia la bandera, pero él pegó justo el golpe que quería, algo muy difícil en esa situación, con la amenaza del agua.
El domingo, desde que se puso en cabeza no tuvo fallos mentales ni técnicos. Se mantuvo en su sitio y fue viendo como otros se estrellaban contra un campo complicado.
Por el camino se quedó Hideki Matsuyama. Y el fenomenal jugador asiático, tan regular en los grandes, pero todavía sin victorias, tiene que soportar, como le pasó a Sergio García, el cartel de perdedor, de segundón. No tardará en celebrar un grand slam. Japón merece un vencedor en un major.
Entre los españoles, el que mejor llegaba a Quail Hollow era Jon Rahm, pero no tuvo su torneo. Su ambición, unida a su juventud, pueden estar propiciando que dispute los grandes con demasiada presión: expectativas altas, ansias, poca tolerancia al error... Tiene que enfocar los majors como el resto de torneos, donde obtiene resultados mucho más brillantes. Debe disfrutarlos y hacer el resultado más bajo posible. Aunque lo crea, no está obligado a ganar un grande tan pronto.