La fiesta, un bidón vacío

Manuel Mandianes PEDRADAS

OPINIÓN

17 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La humanidad no soporta un tiempo vacío y espacios infinitos en los que los seres humanos se sientan como átomos. Crear es dar sentido al mundo. En Galicia, cada pueblo tiene su fiesta. La finalidad de la fiesta tradicional es crear sentido, encantar, honrar a los dioses y a los santos, conmemorar el aniversario de grandes acontecimientos que habían marcado la historia del pueblo, del grupo o de la familia; tenía una utilidad ritual y simbólica fuerte. En la tradición, para que la fiesta pueda tener lugar han de estar definidos y determinados el tiempo y el lugar en que pueda llevarse a cabo. Condición, pues, de la fiesta, es un cosmos, formado y formateado. El cronos es el tiempo físico, el tiempo ordinario del calendario que no tiene significado especial, en el que no ocurre nada que nos haga recordarlo y que lo vaya a convertir en referencia en el futuro colectivo o individual. El kairós es el tiempo oportuno y cualitativo, en el que acaecen cosas que marcan la memoria colectiva e individual.

Las fiestas de antaño pasaron a ser como los útiles de labranza colgados en los museos, como objetos de lujo y decoración, en el marco de otros objetos de lujo y decoración. El útil del carpintero, del agricultor, de la costurera, del alabardero, del afilador, solo adquiere su pleno sentido cuando se convierte en herramienta y se utiliza para lo que fue hecho. Se ostenta y alardea con objetos que fueron como prótesis de los campesinos, como sus manos, como sus pies. Está programado que cada generación tenga cada vez menos memoria para que acepte sin trabas el progreso, olvidando que un mundo sin memoria es un mundo muerto.

Los cambios ocurridos durante el siglo XX en la concepción del tiempo y del espacio, dos de los ejes fundamentales de toda cultura, debidos básicamente a las nuevas concepciones de la física y a las nuevas tecnologías, hicieron que los significados que dependían de aquella hayan perdido vigencia. Capturar la esencia de las fiestas de hoy es como el intento de vaciar el mar a puñados, porque cambian a una velocidad mayor que aquella a la que las instituciones pueden adaptarse. La fiesta moderna es un producto secularizado que calma la sed en el manantial sagrado que por vocación ilustrada porfía por cegar o sellar.

Toda celebración festiva tiene dos caras, la visible y la oculta, el aparecer y lo manifestado de manera simbólica; es decir, algo de este mundo pero que, de una manera u otra, siempre alude como referencia implícita y misteriosa a otro plano. En palabras de Trías podríamos decir: el cerco del aparecer y el cerco hermenéutico. La fiesta, aun secularizada, trae a la presencia real lo sagrado como el referente que sigue vigente, aunque en tiempos de ocultación.

La economía de consumo, liberada de las limitaciones espacio-temporales gracias a las nuevas tecnologías, ha cambiado la manera de pensar y de vivir de la gente. Lo ligero y hedonista aparecen como sello y emblema de nuestros días. La tradición es un elemento más de diversión, una extravagancia, un desahogo sin someterse a ninguna convicción ni control, que produce el placer de las imágenes encantadas. Una imagen total del mundo trata de remplazar a una imagen troceada y analítica del cosmos. El hombre, atrapado por las corrientes desmitificadoras, está hambriento de raíces y las busca en todas partes. Las referencias a la tradición son, en la mayoría de los casos, cascarones vacíos de contenido y significado, y una manera de salvaguardar las particularidades étnicas y locales frente a la uniformización planetaria.

La fiesta es la escenificación de la vida como teatro y fabuloso carnaval, una recreación constante de lo que deseamos vuelva a ser. La fiesta hoy no es más que un carnaval de verano, un bidón vacío.

La fiesta, aun secularizada, trae a la presencia real lo sagrado como el referente que sigue vigente, aunque en tiempos de ocultación