La tableta del alcalde

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

17 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

No sé si la Real Academia Española castellanizó la voz tablet, la misma en donde jugaba al Candy Crush o similar entretenimiento el alcalde de A Coruña, invitado junto con sus colegas de Santiago y Ferrol en la tribuna del Congreso de los Diputados, mientras la portavoz de Podemos, Irene Montero, desgranaba su peculiar letanía de más de dos horas desde la tribuna en la primera jornada de la moción de censura al Gobierno.

Y allí estaba el señor Ferreiro junto a sus compañeros del gremio de mareantes, franquicia más o menos solapada de la matriz Podemos. No es extraño que el alcalde coruñés intentara evadirse, pues la intervención estaba guionizada y, pese a la calidad discursiva de la diputada Montero, resultaba previsible para sus camaradas, especialmente para la troika de los tres ediles, mosqueteros, tres, de un D’Artagnan Iglesias, auténtico Richelieu del colegio cardenalicio podemita. Hoy Dumas no podría imaginarlo de otra guisa.

Y es normal que a una persona que creció junto a las nuevas tecnologías, que tuvo su primer ordenador personal cuando dejó atrás la infancia, dependiente como toda su generación de las tabletas y los smartphones, lo pillaran relajándose con los nuevos marcianitos ejecutando un ejercicio de pericia.

Caso distinto, y Dios nos libre, que fuera sorprendido leyendo la kantiana Crítica de la razón pura, pongo por caso, o Viviendo el final de los tiempos, de Slavoj ?i?ek, tan del gusto de los teóricos ideólogos de la formación hermana, de la casa común. O que calculara el precio de las sardinas previsto para la noche de San Juan, cuando A Coruña incendia las playas y la mar en una ritual noche mágica de ritos iniciáticos.

O que comparara la idoneidad de Luís Villares, mareante máximo, para mantenerlo al frente de las mareas vivas de Galicia, estudiando detenidamente el perfil de los integrantes de la bancada de Podemos, incluyendo en el lote a Anton Gómez Reino. Sentiría nostalgia del viejo profesor, del crepuscular Beiras, qué buen candidato sería con treinta años menos, pensaba en silencio.

Cuarenta años se cumplen de las primeras elecciones democráticas, cuando todos teníamos veinte años y no concebíamos un futuro como este, con Pablo Iglesias cantando Grândola, Vila Morena y reivindicando a Quilapayún en la noche electoral ultima.

Dos años tenía Xulio, dos años, cuando España estrenaba libertades, por eso buscaba pasar pantalla mientras sonaba el mantra reiterado de un discurso obsesivo, por eso no hay que disculparse, no hay peor cosa que dejar escrito en las pizarra de las redes sociales una excusatio non petita cuando la acusatio manifiesta es un «te han pillao con el carrito del helao».

El bombo y platillo, alcalde Ferreiro, es muy relativo, al fin y al cabo solo ha sido un pecado venial, un juvenil recreo solitario. No hay que darle importancia, al fin y al cabo estaba toda la peña, los colegas de un cambio de maquillaje, los amos de los eslóganes del nuevo populismo.

A la postre somos la gente, y es bien sabido que la gente reorganiza su ocio en las tabletas. ¿O no?