La posverdad

Pablo Arangüena LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

03 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Posverdad es lo que queda cuando las certezas se esfuman y todo lo que nos habían contado -vivirás mejor que tus padres, Pujol es molt honorable...- resultó ser una milonga. Frustrados, buscamos nuevas referencias. En la sospecha y el frenesí de los acontecimientos, no queda verdad incuestionable ni mentira que no de el pego si se repite machaconamente. 

El mito del derecho a decidir juega en ese campo. Los derechos no se improvisan. El derecho, que nos separa de la jungla, es razón, no emoción. Todo derecho debe estar contemplado en algún texto legal, nacional o internacional. En el caso del derecho a decidir, ni existe ese texto, ni hay razón o justicia que lo amparen. Lo más parecido es el derecho de autodeterminación, ideado contra la injusticia colonial, el saqueo y la opresión de los pueblos, pueblos pobres para más señas, pero los ideólogos del derecho a decidir se pondrían demasiado colorados (¿opresión? ¿pueblo pobre?) hablando de derecho a la autodeterminación, y por eso inventan el derecho a decidir. No les importa que no exista: lo harán existir a base de voluntad, su voluntad de poder.

Saben que la posverdad debe tener buena pinta, y el derecho a decidir la tiene: ¿hay algo que suene más justo y democrático que poder decidir? Sin embargo, la democracia y la justicia exigen lo contrario: que tal derecho no exista nunca para que nadie pueda tomar ese tipo de decisión regresiva. De existir, cualquier parte rica de un Estado podría invocarlo, separarse y dejar de pagar impuestos para financiar al resto, una injusticia que tumbaría pilares democráticos: la igualdad de derechos y deberes entre ciudadanos, y la solidaridad vía impuestos. De existir, los ricos se independizarían de los pobres. Cultura y nación -concepto este reaccionario que ha generado, sobre todo, muerte- son meros pretextos; aparte del famoso 3 %, lo que importa es la billetera y escapar de la triste historia de España de la que habló Gil de Biedma.

Contra lo que pretenden los chamanes posmodernos, el voto es solo una parte del engranaje democrático, de finalidad limitada: cambiar de gobernantes, o mantenerlos, y solo excepcionalmente sirve para tomar decisiones difíciles por referendo. Más que el voto, importan los delicados equilibrios, las instituciones, los derechos y la limitación del poder, incluido el constituyente. Votar para deshacer esos equilibrios es antidemocrático y conduce a la tiranía de la mayoría contra la que ya advirtiera Tocqueville. Hay algo fúnebre y patológico en quienes sueñan con erigir fronteras.