¿Por qué el PP no es ya polvo cósmico?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

03 may 2017 . Actualizado a las 08:23 h.

todavía saludable y poderoso, preguntaron los periodistas un día a Hugo Chávez por Aznar, quien no era ya entonces presidente del Gobierno. El líder venezolano contestó con su retórica efectista: «Aaznarr se voolvioó poolvo cóosmicoo». 

El auténtico chorreo de casos de corrupción que afectan al PP suscita una pregunta (¿Cómo entender que todos ellos no hayan ya convertido al partido de Rajoy en «polvo cósmico»?), pregunta que muchos solo saben responder de forma tan sectaria como errada: sucedería que al votante de derechas la corrupción le afecta menos que al de izquierdas. Basta, sin embargo, analizar el comportamiento electoral nacional, autonómico y local desde 1977 en adelante para constatar la falsedad de tal maniqueísmo: la tolerancia con la corrupción ha sido, por desgracia, bastante general en España, como lo es, por lo demás, y con pocas excepciones, en Europa, sin que, ni en nuestro país ni fuera de él, se puedan discriminar comportamientos diferentes según la ideología del votante. Lo único que cabe afirmar es que los de izquierdas suelen estar convencidos de ser más honrados que los de derechas y al revés.

¿Por qué aguanta, pues, el Partido Popular? Antes que nada hay que aclarar que el PP aguanta, ma non troppo, como lo demostró el batacazo electoral del 2015 y lo prueban las encuestas que se vienen realizando desde entonces, en las que el PP no rentabiliza sus evidentes éxitos en la lucha contra la crisis económica. Los casos de corrupción que le afectan han tenido mucho que ver, de hecho, tanto con aquel batacazo como con unas previsiones de voto que mantienen clavados a los populares en un porcentaje que no les permitiría gobernar en solitario.

Pero, constatada esa evidencia, sí, es cierto: el Partido Popular no se ha vuelto polvo cósmico, lo que tiene que ver a mi juicio con otras dos circunstancias que sus opositores suelen olvidar en la misma medida en que lo hacían los dirigentes del PP que no fueron capaces, mientras cabalgaron solo sobre la acusación de corrupción, de acabar con los gobiernos de González. Por un lado, los electores deciden su voto tomando en cuenta un conjunto de cuestiones, entre las que está también, pero no solo está, la corrupción, porque, tras tantos años de democracia, aquella les parece consustancial a quien gobierna. Por el otro, y dentro de unos límites que han ido ampliándose cuanto más se ha reducido el voto ideológico, los electores forman su decisión comparando las ofertas y acciones de sus opciones preferidas y de las que les resultan más cercanas, de modo que los votantes de un partido en el poder no suelen abandonarlo mientras no perciben que existe una alternativa a quien gobierna.

Construirla es lo difícil. Lo fácil acusar de corruptos a unos electores que, sabiendo lo que se juegan, no están dispuestos a cambiar hasta no estar razonablemente convencidos de que no lo harán para peor.