El ramalazo falangista de Lluís Llach

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

27 abr 2017 . Actualizado a las 08:42 h.

Resulta ilustrativo que haya sido Lluís Llach, precisamente Lluís Llach, el que haya desvelado que detrás de la verborrea inagotable, la épica de cartón piedra y la cursilería de la «revolución de las sonrisas» de la que nos hablan los independentistas catalanes se esconde un intento de golpe de Estado en el que no falta la amenaza pura y dura a todo ciudadano o miembro de las fuerzas del orden que no lo secunde. Advierte Llach a los funcionarios y Mossos d’Esquadra de que cuando el Parlamento catalán haga una declaración de independencia, violando así las leyes y la Constitución, «el que no la cumpla será sancionado». Y añade que los que pretendan oponerse a participar en ese golpe «se lo tendrán que pensar muy bien» porque «muchos de ellos sufrirán». 

Y es significativo que sea precisamente Llach quien cante la gallina, porque nadie ejemplifica mejor que él la invención del pasado, la falsedad, el victimismo y el mito fraudulento del nacionalismo, además del simple y puro fraude autobiográfico. Sorprende por ello el ataque de sinceridad en quien ha sido toda su vida un maestro del embuste. Todos tenemos un pasado, qué duda cabe. Pero a alguno de los que, como yo, lo tuvimos mitificado en los estertores del franquismo, compramos todos sus discos en la transición y nos sabemos de memoria sus letras, le puede sorprender saber que el abuelo Ciset del que habla en L’estaca no era su abuelo, porque sus abuelos eran franquistas recalcitrantes. O que el padre de Llach fue jefe local del Movimiento, militó en el Requeté catalán, luchó como voluntario con Franco y fue alcalde de Verges entre 1950 y 1963. Nadie elige a su familia, dirán con razón. Pero es que el propio cantante, el que dice que ha sido «nacionalista e independentista toda la vida», fue falangista y vicepresidente de los Cruzados de Cristo Rey de Figueras. Y eso lo eligió él. Es decir, que antes de cantar L’estaca, estaba con los que daban estacazos a los que no dijeran amén al franquismo. La misma receta que propone ahora para los que no se sumen al golpe independentista.

Llach se ha inventado además un pasado de mártir del nacionalismo, hasta el punto de que algunos se creen todavía hoy que fue una especie de Víctor Jara catalán. Lo cierto es que Llach se hinchó a vender discos y a ganar mucho dinero en pleno franquismo. Aunque es cierto que algunos de sus recitales fueron prohibidos, como los de otros muchos cantantes, y llegó a ser multado, no fue precisamente el artista que más sufrió el rigor de la dictadura. Entre 1968 y 1978 publicó diez discos en España. Todos, por cierto, en catalán. Llenó pabellones en Cataluña y en Madrid . Los españoles le hicieron -le hicimos- millonario. Y entonces no decía, como ahora, que «España es un cáncer» y que los españoles son un atajo de «señoritos, hidalgos y funcionarios». Llach fue un gran cantautor. Pero sus mentiras y sus amenazas a quien se oponga al golpe independentista ratifican lo que ya sabíamos. Se puede ser un gran artista y a la vez un impresentable.