Supongo que ocurrió dos o tres días después del 5 de junio de 1968 y el recuerdo permanece nítido en mi memoria: rompí en pedazos la primera página de un periódico. Tenía 9 años y estaba muy enfadado, medio lloroso incluso. Para ser exactos, destrocé enrabietado una foto que ocupaba buena parte de la plana: el rostro de Sirhan Bishara Sirhan, que había asesinado a Robert Kennedy en un hotel de Los Ángeles, justo la noche en que había ganado las primarias demócratas. Era muy de los Kennedy. Luego me leí todo sobre ellos. Y ahora me sorprendo. Me sorprendo de que leyera el periódico.
En realidad, no lo leía tanto. Lo hojeaba todos los días y me detenía, más que nada, en las viñetas y en los deportes. Pero, de paso, me iba haciendo una idea de mi ciudad, de mi país, del mundo. Una idea más o menos articulada que incluía conocimientos geográficos, culturales, estéticos y, por supuesto, lingüísticos. Recuerdo aún la dulzura intelectual que me produjo entender y usar la palabra relativo. «Eso es relativo», dije. Pero la mayor parte del periódico me parecía difícil, no entendía muchas cosas y me extrañaba que otras fueran consideradas tan importantes. A mi hermano le pasaba lo mismo. Los domingos se levantaba más temprano porque le gustaba recoger el periódico del buzón, leerlo y llevárselo a la cama a mi padre, que le gastaba la misma broma: «¡Este periódico xa está lido!», como si ya no sirviera.
El lunes empieza en las escuelas la semana de la prensa. Una idea acertadísima, porque las chavalas y los chavales aprenden a interesarse o, por lo menos, se puede despertar en ellos la pasión por comprender. Si alguien necesita ideas, puede visitar www.prensaescuela.es.