En Podemos acaba de resolverse, para mí acertadamente, una cuestión problemática y de hondo calado que me resulta familiar. Será, como decía Sorel, que la historia es una repetición de situaciones encadenadas. Recuerdo que, en el año 1974, se rompió en Toulouse el PSOE, si bien no se escenificó dicha ruptura hasta años después, en Suresnes. En la clandestinidad, el PSOE había residenciado su Comisión Ejecutiva en Toulouse, dirigida durante todo el tiempo por su secretario general Rodolfo Llopis, ex subsecretario de la Presidencia de la República en el Gobierno de Largo Caballero, que se consideraba caballerista, como otros muchos.
Durante la Guerra Fría surgió en el PSOE, por la influencia americana y quizá también por influencia de Indalecio Prieto, un sentimiento anticomunista, también como resabio a los últimos acontecimientos de la Guerra Civil. Y así, cuando en 1974 se constituye por primera vez en el partido la Ejecutiva del Interior, con Alfonso Fernández de presidente, Manuel Turrión, Juan Zarrías Jareño, Peydró y yo mismo como secretario de Relaciones Políticas, nos encontramos con tener que resolver el problema anticomunista de Toulouse.
En 1975, la Ejecutiva del Interior pacta con Llopis que en las reuniones de la Internacional Socialista represente asimismo al PSOE un miembro de la Ejecutiva del Interior. Por este acuerdo, en 1975 asistí con Llopis en Londres a la reunión de la Internacional Socialista de aquel año. El ambiente político era de cierta tensión; en Francia los socialistas necesitaban el apoyo comunista.
Las diferencias entre la Ejecutiva del Interior y el anticomunismo de Llopis eran tan patentes que, ante la imposibilidad de convencerlo, me vi en la dolorosa necesidad de tener que pedirle a Peterman, presidente austríaco de la Internacional, que dividiese el tiempo de exposición que nos correspondía al PSOE entre Llopis y yo, y así se hizo. Expliqué que nuestro enemigo en España no era el Partido Comunista, sino Franco y el franquismo.
En el congreso de Madrid de 1976 se me nombró, por unanimidad, secretario general del partido, y a José Prat, presidente.
Yo me rodeé de una ejecutiva de jóvenes con una visión unitaria de la izquierda y quise empezar por la unidad del Partido Socialista. Llegué a acuerdos con Tierno Galván, pero me fue imposible hacerlo con Felipe, posiblemente porque las negociaciones con él las llevó principalmente la gente de Prieto. Tengo que reconocer el trabajo de Brandt, presidente del SPD, y de Smith, presidente del Gobierno de Alemania, que deseaban que compartiese la dirección con Felipe. Yo no acepté porque estaba en minoría y lo único que conseguiría sería estorbar la gestión de gobierno. Algunos de mis compañeros de la Ejecutiva del Interior, Alfonso Fernández, Turrión, Zarrías y Prat, fueron diputados y senadores; yo continué mi vida de abogado en ejercicio y en 1977 volví a mi Coruña.
Es mi deseo que esta escena real de ruptura entre correligionarios, incluso amigos íntimos pero con visiones distintas de táctica o estrategia, no se produzca de nuevo en la izquierda española, por protagonismo o cálculos equivocados, lucha de egos o distinciones en la izquierda.
Pablo Iglesias Turrión ha triunfado y ahora tiene el derecho a gobernar con su estrategia y también el deber de abrir las puertas y ventanas a toda la izquierda, que, unida, suma en este país más votos que la derecha.