¿Quién conoce a Alberto Vázquez?

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

06 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El sábado le dieron dos Goyas merecidísimos. Y desde entonces su nombre percute en todos los noticiarios, incluso en aquellos que prestan más atención a la frivolidad que al talento. Pero no ha empezado ayer. A pesar de su juventud, el coruñés Alberto Vázquez tiene un currículo de los que contonean el aliento, como si se hubiese pasado la vida bregando. Y así es, ha trabajado mucho para ser «el rey de la animación»: así titulaba La Voz en su web dominical. Cuando le dieron el par de Goyas pensé, obviamente, que los merecía. Y luego pensé todo lo que tendría detrás este muchacho coruñés al que le sobra el talento, el afán y la disciplina de un infatigable del arte. Los hay. Y miles. Aunque en ocasiones nos fijemos más en las estrellas de la pasarela: esos que gastan más tiempo promocionando sus obras que escribiéndolas, interpretándolas, dibujándolas, construyéndolas. El sábado Galicia se puso se largo en los Goya. Gracias a Alberto, ese geniecillo que tiene las uñas pintadas con el mar del Orzán.

Cuando hace años supe de él, indagué por todas partes para conocer su obra. Es espléndida. Un artista sin discusión capaz de haber creado su propio mundo ficcional. En eso se distinguen los autores magníficos del resto: construyen un universo paralelo con voz propia, diferenciada e impar. Sus seres vagan siempre como perdidos en la bruma del presente. Creo que es A Coruña quien los pinta así. Medio alegres y medio tristes. Vagando por paisajes en los que se preguntan mil veces por el sentido de las cosas, el tránsito, el viaje de uno mismo. Hasta que concluyen que el sentido del viaje es el propio viaje. Es profundo, Alberto. Como lo son algunos de sus colegas gallegos, desde el veterano Miguelanxo Prado hasta el soberbio David Rubín. Es la escuela del cómic gallego una cantera constante de híbridos emocionales y talentosos: mezclan dibujo y texto, plástica e ingenio, tramas y estilismo. Alberto es ahora mismo la vanguardia, el deshielo de la agudeza en estado puro. La sutileza, inteligencia, el ahínco que no aguarda a la inspiración para laborar. Un currante. El muchacho que no se mueve entre bastidores para conseguir portadas o premios. El brioso. Lo de Alberto Vázquez es, sencillamente, genio y trabajo.

Pero Alberto Vázquez, probablemente, hasta anteayer era mucho menos conocido que otros con escasa originalidad o clarividencia pero más dotados para las relaciones públicas. Suele suceder. Y por eso termino recordando al maestro Albert Camus. Decía: «El éxito es fácil de alcanzar, lo difícil es merecerlo». Tengo la sensación de que Alberto Vázquez, desde su silencio de trabajador incansable y su anonimato para el gran público, ha dado una lección imprescindible: los sueños que perduran, los trascendentes, son aquellos que uno llega a merecer. Los otros, ni valen la pena, Alberto.