El AVE que se come el rebaño

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

OPINIÓN

06 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día vendrá el AVE a Galicia y ya estaremos tan desorientados en tiempo y en espacio que ni siquiera seremos capaces de subirnos. Como en el cuento del lobo, llevan tanto tiempo anunciando su llegada, que el día que se produzca no lo vamos a creer. Vendrán los vagones y se comerán a las ovejas, una a una, sin piedad. Y a nosotros nos pillará en otra cosa, distraídos, quizás viendo el fútbol en el bar, o dando un paseo, mientras algún político, desde lo alto de un muro, megáfono en mano, gritará desesperado y proclamará el gran acontecimiento. La calle estará tan vacía que sus palabras rebotarán en las paredes de los edificios, y entonces solo podrá escuchar su propio y desesperado eco.

Hasta el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, se ha mostrado comprensivo con el escepticismo de los ciudadanos de esta autonomía. No es para menos. Llevamos tantas fechas que ya ni no nos acordamos. Por eso hay una suerte de resignación colectiva. Quizás el nuevo ministro de Fomento haya sido transparente, quizás haya dicho la verdad y quizás haya planteado la fecha más cierta de todas, pero nadie le cree.

La llegada del AVE se ha retrasado tanto que muchos ven en el nuevo año el título de una película del espacio o de ciencia ficción. Recuerdo los tenebrosos augurios a finales de la década de los noventa con el temido efecto 2000, una premonición apocalíptica que acabaría con todos los ordenadores y que finalmente se quedó en nada. Entonces veíamos aquel año como algo lejano. Y ahora se habla del 2019 como si fuera pasado mañana.

Muchos pensaron que podrían llevar a sus hijos en alta velocidad a Madrid, y quizás ahora tengan que conformarse con hacer lo propio con sus nietos. Quién sabe. En el 2019, tal vez habrá ya ciudades inteligentes, con coches eléctricos voladores y todos vistamos de blanco.

Entonces, si se cumple la promesa, vendrá el tren de alta velocidad, casi tres décadas después de su llegada a otra comunidad como Andalucía. Los vagones ya serán algo inimaginable, como una cámara hiperbárica. Y quizás vayan por los prados comiéndose a su paso a las ovejas, igual que el lobo del cuento que nunca nos creímos. Y que, al final, acabó llegando.