Podemos, o el sueño convertido en pesadilla

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

01 feb 2017 . Actualizado a las 08:52 h.

¿Cuál fue el secreto de Podemos para lograr la proeza de poner patas arriba un sistema de partidos que se había mantenido sin cambios sustanciales desde 1982 hasta que en el 2014 se celebraron las últimas elecciones europeas? ¿Cómo pudo un partido surgido de la nada, sin apenas estructura y con un líder mitad charlatán, mitad mesías, convertirse, de la noche a la mañana, en una fuerza con notable representación en las instituciones centrales, locales y autonómicas? ¿Fue quizá el irresistible atractivo de un programa electoral improvisado, plagado de disparates, demagogia y vaguedades?

Todas esas preguntas tienen, a mi juicio, una respuesta coincidente: Podemos supo concentrar en una idea sencilla y fácil de vender -la de la casta- el profundo malestar existente en España, al igual que en los restantes sistemas democráticos, con los principales gestores del conflicto político y social, es decir, con los partidos. Consciente de una realidad bien conocida a través de estudios y sondeos, tan vieja como la propia democracia (basta leer la literatura especializada, de Michels a Ostrogorski, de Triepel a Max Weber), Podemos tuvo la indiscutible habilidad de traducir en su devastadora denuncia de la casta el fuerte desprestigio social de partidos y políticos, que, aunque acrecentado por la crisis económica, unos y otros se habían ganado a pulso con su autismo, endogamia, burocratización extrema y aislamiento del pueblo al que tendrían que servir.

Pero, llevados de su soberbia infinita, Iglesias, Monedero y Errejón cometieron un error de principiantes: creer que los comportamientos que achacaban a la casta tenían que ver con la ideología de los partidos a los que, en su arrogancia, despreciaban y no con la estructura y la dinámica del funcionamiento partidista. Dicho de otro modo: los dirigentes de Podemos, convencidos de que eran seres superiores (delirio que comparten quienes tienen una fuerte tendencia autoritaria), se creyeron inmunizados contra los vicios que los partidos vienen compartiendo desde que aparecieron en su forma actual en el último tercio del siglo XIX.

El despertar de ese sueño, tan infantil como ridículo, se ha producido, como era de esperar y está bien a la vista, en la forma de una terrible pesadilla. Los líderes de Podemos, metidos ahora hasta el cuello en una desnuda lucha de poder, donde todas las ideas son instrumentos vacíos al servicio de su pelea de gallos, se comportan como la peor de las castas del partido más lleno de vicios que es posible imaginar. Sus líderes han descendido directamente a los infiernos de una trifulca conspirativa llena de oportunismo, traiciones y descarnado tacticismo, de modo que aquel partido que dijo venir a representar a quienes estaban hartos de la casta es hoy un mero grupo de amiguetes, casta elevada al cubo, donde todos y cada uno miran su silla y su bolsillo, con miedo a perder lo que tan poco trabajo les ha costado conquistar.