Vulnerables y sin voz

OPINIÓN

11 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Dos estampas contrapuestas. Por un lado, las tiendas de campaña de los campos de refugiados en Grecia y los Balcanes, con nieve por todas partes: desesperanza. Por otro, la oftalmóloga Ana González y su auxiliar Raquel Vidal, que cambiaron su consulta en Ferrol durante unos días para llevar luz a cientos de enfermos en Senegal e India: esperanza. En ambos casos, pienso en los niños, sobre todo tras la orgía consumista de Reyes.

La Convención de los Derechos del Niño fue aprobada por la ONU el 20 de noviembre de 1989. Obliga a los gobiernos a tomar medidas eficaces para proteger a los niños de la violencia, de la prostitución, de todo lo que pueda dañar su desarrollo integral. Palabras bien bonitas. ¿Por qué existen, entonces, casi dos millones de niños víctimas de explotación sexual, 300.000 víctimas de la guerra, 168 millones trabajando en vez de ir a la escuela?

Pensemos un minuto en los niños inmigrantes que viajan solos. Las penurias que deben sufrir, las lágrimas que deben de derramar cuando salen de su país, que no les puede dar un mínimo futuro. Sufren las penalidades del camino sin el calor de unos padres que los protejan. Tiene que ser terrible. Sus almas laceradas por la injusticia se reflejan en esos rostros tristes que vemos por televisión y en las fotos del periódico. Sin embargo, sus gritos de dolor se oyen muy poco en nuestras sociedades. No nos interesa, no son de los nuestros. Hoy, yo les presto mi voz.