Al acabar el año

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

31 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En vísperas del debut del nuevo año, no pienso hacer balance del que concluye. Sigo los consejos de mi maestro Cunqueiro, que escribía invariablemente su columna de un año para otro, y evitaba ensalzar las efemérides grandiosas del año a punto de caducar, sosteniendo que por fuerza había que ponderar la anterior etapa de doce meses porque ya los habíamos vivido y habíamos sido testigos del tiempo transcurrido. Lo pudimos contar, como yo ahora lo cuento en esta crónica donde semana a semana narro, con desigual fortuna, la sucesión de eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.

Dios me libre de ajustar cuentas con el año agonizante, para él mi gratitud por la suma de los días que han ido pasando en el rosario civil de los meses que dejamos atrás.

Y ahora aguardo el nuevo año en mi amado pueblo, como siempre he hecho. Espero que venga como suele hacerlo, navegando por la boca de la ría, esquivando las dos islas vigías de A Gabeira y A Coelleira, y acompañando a la amanecida del primer día del nuevo año.

Y digo que lo espero en Viveiro, en donde nací, y donde asisto a una cita ininterrumpida, y que pienso seguir manteniendo. Desde esta orilla de la mar del norte puedo otear Galicia entera, sentir mi pertenencia a un país elegido por nación y vocación, saberme militante de un territorio en el que su bandera tiene el color de las olas que me arrullaron desde la cuna, cruzada por una estela blanca que nos devuelve la pureza original de saber quiénes somos, y somos habitantes de una vieja idea que renovamos en ocasiones que, como esta, reafirman nuestros votos de orgullo y pertenencia.

Los gallegos que no tenemos el santo y la seña de vivir donde nacimos ponemos el acento, el énfasis, reivindicando un tiempo que no hemos podido compartir. Somos levemente críticos y disculpamos como veniales los grandes errores cometidos con y desde la marca Galicia.

He almorzado hoy con dos jóvenes amigos que han elegido su pueblo, nuestro pueblo, como residencia permanente, son ambos segunda generación de arriesgados emprendedores que no han tenido que dejar Galicia para anclar el risón de sus sueños. Fran y Alejandro son la Galicia que yo defiendo y deseo, la Galicia total que sigue afortunadamente sin poner cancelas al campo ni dibujar fronteras mas allá de Pedrafita.

Ellos y otros como ellos son el ejemplo de cómo es posible innovar e invertir desde un lugar en el mundo llamado Viveiro. Ellos, como yo, miran para el nuevo año de frente, lo tutean y esperan de él que no interfiera de manera ociosa en sus proyectos, lo que me afirma en que hay un futuro que está lleno de posibilidades. Yo no lo dudo.

Resulta difícil mantener un optimismo sin desmayo, en un país lleno de ayes, pero quiero creer que «cambiou o conto» y que asistimos a la consolidación tímida de una Galicia emergente, que nos hace olvidar el hacer un balance lastimero y llorón.

Prometí, líneas arriba, no hacer balance. No coincido con Fukuyama en que ha llegado el fin de la historia, que quizás habrá que revisar. Como escribía Álvaro Cunqueiro de un año para otro, mañana es año nuevo. Bienvenido sea.