Aquella silla vieja

Ignacio Bermúdez de Castro
Ignacio Bermúdez de Castro PASOS SIN HUELLAS

OPINIÓN

19 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Si algo bueno tiene mi profesión de abogado civilista es que aprendes a que determinadas cosas que ves en tu despacho jamás acontezcan en tu casa. Al tramitar temas de herencias te das cuenta de qué fácilmente afloran las miserias humanas. Pueden estar repartiéndose millones, que aquella silla vieja y apolillada del despacho del difunto, en la que nadie había reparado en vida de este, es muy probable que sea motivo de eterna enemistad entre hermanos, primos y demás parentela. Una vez enterrado al muerto -a veces ni a eso se espera- y repartidos los bienes, uno de los herederos somete a la consideración del resto la posibilidad de llevarse para su fin de semana en la aldea la citada silla, que ya se encontraba a punto de ser transportada al punto limpio más próximo. Siempre hay algún hermano que comienza a sospechar si la silla en cuestión no habrá sido la que utilizó César antes de cruzar el Rubicón al grito de alea jacta est. Tanto interés necesariamente se debe a que está ocultando el verdadero valor del desvencijado mueble. En ese momento se apodera de él, y en ocasiones se transmite al resto de miembros de la camada, un ansia irreprimible por hacerse con tan cotizado tesoro. Malo será que no se saque una buena tajada subastándolo en Sotheby’s y, en caso contrario, cuando menos el listillo del hermano no se habrá salido con la suya. Evidentemente, a las cuarenta y ocho horas la silla ya se encuentra en el punto limpio, y la familia, hecha añicos de por vida, pero alguno rebosa satisfacción por haber dejado claro cómo se deben hacer las cosas.