Cachorros

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

03 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Las próximas semanas a muchos hogares llegarán los regalos navideños. Muchos serán seres vivos, mascotas que habrán pedido a papá Noel los pequeños de la casa y que serán adquiridos en tiendas de animales. Vendrán con su pedigrí y alborotarán la casa para convertirse en uno más, un nuevo miembro de la familia. Muchos de ellos serán solamente inquilinos temporales, y como sucede año tras año será abandonados en gasolineras a lo largo del territorio cuando lleguen las vacaciones de Semana Santa, y los cachorros adquiridos como obsequio de Navidad ya no volverán a su hogar.

Desorientados y desasistidos, aguardarán durante un tiempo el regreso de sus dueños, hasta que desnutridos y enfermos de tristeza se unan a una ralea que vaga por pueblos y ciudades sin encontrar a quienes los acojan.

Son los nuevos cachorros juguetes vivos, perros o gatos, iguanas o cerdos vietnamitas, mascotas con fecha de caducidad que nunca entenderán por qué los humanos nos desentendemos de su compañía.

Su lealtad y su afecto, si fuera posible interpretarlo en clave humana, hacen de las mascotas nuestros mejores aliados. No exigen nada a cambio más allá de un arrullo afectivo, esperan que lleguemos a casa y sus ladridos de saludo son un himno de cordialidad.

Por eso, me obstino en recomendar el mínimo respeto a la amable fauna doméstica, y sugiero que si queremos llevar a casa a una mascota, acudamos a refugios y perreras municipales para adoptar a un can abandonado que nunca podrá entender su castigo y que hará feliz a su nueva familia, un galgo de mirada lánguida, salvado de la vesania de cazadores anónimos, o un can de palleiro bonachón y gallego que espera una caricia que lo libere de la jaula municipal.

Hay centenares de damas y vagabundos esperando la llegada de un salvador, de una familia consciente, desde el día en que Dios creó el mundo, que un can, un perro cazador, o un caniche juguetón pudieran compartir su futuro con unos nuevos amos.

Las mascotas, mejor de peluche; los perros no son un juguete al pie de un árbol de Nadal, todos los animales tienen sus derechos y gozan de una libertad relativa. Ni un perro grande en un piso, todos los animales enferman de melancolía y no hay estampa más bella que un podenco correteando, corriendo por una pradera en una tarde de primavera. Es una crueldad tener en un pequeño piso urbano a un can castrado y castigado a estar doce horas encerrado en un hogar urbano, alimentado con pienso perruno.

Yo adoro a los perros callejeros con dueño, aquellos que campan por su respeto por calles y plazas, que saben llegar a su hogar, a su casa, aunque las ordenanzas municipales prohíban que caminen sueltos, sin correa que dirija sus pasos. En mi juventud, era frecuente encontrarlos paseando civilizadamente, como en una película de Robert Altman, en la que perros y humanos convivían pacíficamente en una ordenada república de un país imaginario, Animalia.

La mascotas de peluche son entrañables y para toda la vida. Existe un mundo de pequeños osos y animados conejos que crecen con nuestros hijos, con su corazón de peluche, y que se convierten en camaradas de por vida, residiendo para siempre en su memoria.

Cuidado con el perro, cuidemos a nuestro animales desde la libertad. Son los mejores cachorros. Los de peluche.