Más allá de Fidel

OPINIÓN

02 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Aprendí a amar a Cuba a través de Carlos Franqui, periodista y escritor cubano, primer director de Revolución tras reclutarle Fidel Castro para dirigir en Sierra Maestra el entonces periódico clandestino de la guerrilla y su estación de radio, Radio Rebelde.

Franqui, figura fundamental de la Revolución cubana al que traté en su exilio de Italia, era ya un desengañado de la rebelión, un proscrito por Fidel, un hombre libre tras romper con el régimen y firmar una carta condenando la invasión soviética de Checoslovaquia. Después de Italia, el poeta, crítico de arte y activista político que añoraba Cuba y su Cifuentes natal se instaló en Puerto Rico, donde murió en el 2010.

La Habana sigue siendo hoy esa fotografía sepia en la que se paró el tiempo en 1959. Y precisamente por esa congelación, por esa parálisis que supuso la revolución y luego decretó la dictadura, La Habana se salvó de la especulación inmobiliaria, de la destrucción de su riquísimo patrimonio urbano y su trama; del feísmo que tanto afectó después a la mayoría de las ciudades de nuestro mundo. La capital continúa teniendo el conjunto colonial más grande de América Latina en sus cuatro barrios paradigmáticos: Habana Vieja, Centro Habana, Vedado y Miramar, que se extienden a lo largo y más allá de su emblemático Malecón, y en ellos resaltan, entre otros soberbios edificios, el Centro Gallego (Centro Habana) y el Centro Asturiano (Habana Vieja). Las cuatro demarcaciones capitalinas ocupan 150 hectáreas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982, que reclaman más dinero para la restauración de sus hermosos inmuebles, decrépitos y subdivididos en su interior hasta lo imposible para dar vivienda a los cubanos.

Construcciones coloniales conviven con las de art-decó, art-nouveau y las copias de las tradiciones europeas, incluidos muebles y otros enseres de sus interiores. Sus porches columnados, casi omnipresentes, llevaron a Carpentier a llamar a La Habana «la ciudad de las columnas». Es esta ciudad, recuperada en una pequeñísima parte gracias al dinero de la cooperación española y de otras instituciones extranjeras por la Oficina del Historiador de La Habana, dirigida por Eusebio Leal desde 1967, la que pasma al visitante, la que implora que se restaure, mantenga y proteja en su integridad cuando la democracia llegue a Cuba. Que el capitalismo salvaje y el negocio sin escrúpulos no arrasen en el futuro la trama urbana más bella de cuantas llevan en el mundo huella española.

Mientras llega la Libertad con mayúscula, una nueva caravana de la libertad, con minúscula, la que rememora aquella otra que encabezó Fidel Castro en enero de 1959 y recorrió los casi 900 kilómetros que separan Santiago de Cuba de La Habana, transita estos días en sentido inverso con las cenizas de Fidel para que reposen en el cementerio de Santa Ifigenia, junto a los restos de José Martí, el Libertador y héroe nacional de Cuba.