La conexión gallega de la yihad

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

29 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Teníamos la sensación -o tal vez únicamente el deseo- de que el terrorismo global se gestaba en lejanas montañas y solo penetraba en suelo gallego, tras hacer escala en Madrid, Londres o París, a través de la televisión y los periódicos. Y de pronto descubrimos, tras la detención de dos vecinos de Arteixo y Vimianzo, presuntamente relacionados con los autores de los atentados de París, que los tentáculos del yihadismo se extienden también por este apartado y pacífico rincón del Occidente. Lo que suscita una inquietante mezcla de alarma y desconcierto.

Galicia, ciertamente, no parece el mejor caldo de cultivo para que eche raíces el fanatismo de carácter político o religioso. Nuestro genuino Santiago de Zebedeo es el Apóstol, enterrado en campus stellae, en campo de estrellas, no el Santiago Matamoros que masacra infieles en Clavijo. En este pueblo, tradicionalmente más inclinado a la sumisión que a la violencia, nunca prendió con vigor la llama del terror. Hubo fanáticos, claro, porque ningún país está inmune a ese cáncer, como aquel general mutilado que vociferaba en sede universitaria la «repelente paradoja»: «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!». Y hubo terrorismo también, incluso con algún grupo, como el GRAPO, engendrado en tierra gallega. Pero ni los unos ni los otros calaron en esta comunidad y se extinguieron por falta de apoyo y manifiesto rechazo social.

Mas esta vez es diferente: no hablamos de terrorismo doméstico, sino de terrorismo global. Galicia empieza a conocer otra faceta -la más dramática- de la globalización. Al compás de las multinacionales que gobiernan el mundo se desarrolla también la multinacional del terror. La globalización no se percibe solo en el bolsillo, o en la supresión de fronteras e integración de los países, o en la sustitución de los Reyes Magos por Papá Noel y el Día de las Rebajas por el black friday. Viene acompañada también de crisis de identidad cultural, de reacciones populistas y nacionalistas -Trump no es casualidad-, de tentaciones proteccionistas. Y de terrorismo.

Por eso, porque el terrorismo es global, la reflexión debe ser igualmente global. Hace algunos meses, Sondaxe preguntó a los gallegos si Europa era culpable de la radicalización del mundo árabe. El 35,5 % de los encuestados emitieron una sentencia condenatoria y el 48, 2 % la exculparon. Añádase otro par de datos. Uno: el Estado Islámico no recluta sus huestes entre inmigrantes europeos, sino entre hijos de inmigrantes. Y dos: los terroristas nacieron, en su mayoría, en Europa. Es decir, muchos jóvenes europeos padecen un serio conflicto de identidad. Rechazan por igual la nación en que nacieron y la nación de sus padres. Y caen seducidos por esa quimérica «nación del Islam»: el reino del terror. No sé si Europa es culpable o no, pero sí constato su incapacidad para persuadir a miles de musulmanes de que su identidad religiosa es perfectamente compatible con la ciudadanía de un Estado democrático.