Dos santos de otoño

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

08 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Vivió en Mondoñedo un obispo renacentista y viajero que, citando a improbables autores grecolatinos, acuñando frases inventadas y gozando de una erudición impostada y falsa, escribió un maravilloso libro que de inmediato fue traducido a las lenguas cultas de Europa. Su Menosprecio de corte y alabanza de aldea sobrevivió literariamente poderoso hasta nuestros días. Fray Antonio de Guevara, franciscano y obispo, distinguido miembro de la corte del emperador Carlos I, con quien viajó a Inglaterra y Roma, a Túnez y Nápoles, fue obispo de Guadix y más tarde de Mondoñedo, donde permaneció hasta el final de sus días y fue enterrado en su catedral, aunque hoy sus restos descansan en Valladolid. 

Mientras escribía sus crónicas sinodales mindonienses en su pequeño palacio provincial, vio llegar el otoño que dividía octubre en dos mitades, cuando las populares ferias coincidían con el día de san Lucas, patrón evangelista muy venerado por el obispo escritor.

Gustaba su eminencia de la llegada a la ciudad episcopal de las manadas de caballos, o cabalar del gusto cunqueiriano, cuando de madrugada entraban al galope por la plaza de la catedral, antes que la feria de hierbas medicinales y los productos de huerta campesina llenasen el otoño mindoniense de aromas primaverales.

Bien entrada la mañana hacían parada y fonda juglares, cantores, cómicos de la legua, charlatanes, vendedores de azogue para espejos, tullidos mendicantes, talabarteros y guarnicioneros, vendedores de ámbar del Báltico y picaros truchimanes que se mezclaban con sacamuelas barberos y comerciantes de sedas y lanas de oveja merina.

Don Guevara viajaba por el aire de la pequeña ciudad vestida de fiesta gracias a un don secreto y muy especial del que gozaba la curia y que solo por un día lo hacía invisible durante diez siglos. Es llegada la mañana del 18 en que todavía, si miras al cielo, puedes percibir cómo nuestro obispo celebra que las muy afamadas ferias mindonienses visten de gala la ciudad.

Ochocientos y pico («de ave», diría don Álvaro, que también se une al séquito volador del obispo) años han transcurrido desde que hay memoria de las muy notables celebraciones en honor del médico evangelista. Son como los festejos de los primeros días de octubre, en que Lugo conmemora al santo Froilán; son las dos antañonas fiestas de la lluvia y los dorados caminos del otoño, como si las dos ciudades pusieran punto y final a los cálidos días del verano fugitivo, y aguardara el tiempo por venir, los días en los que pasan los carros de la lluvia anunciando el invierno y los días mermados se acortan cobijándose en el colo de la noche hasta que por santa Lucía se comienzan a encender las luces de la Navidad.

Son los santos del otoño que la estación trae con ese antiguo e iniciático alborozo campesino que puebla los recuerdos de todos los nombres de la melancolía.