Ya nada es lo que era

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

14 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi madre suele decir que las cosas, así en general, ya no son lo que eran. Y lo cierto es que, a medida que van pasando los años, le tengo que dar la razón. Porque el Deportivo, con lo que fue, ya no es lo que era. Tampoco el mar, el mismísimo océano Atlántico, es lo que era. Qué tiempos aquellos en los que se usaban los xurelos como abono. Los increíbles sueldos menguantes ya no son lo que eran. Ya ni el verano es lo que era. Ahora pueden pasar dos meses sin llover y nadie se inmuta al ver el bar del pueblo invadido por una tribu de surferos teñidos de rubio Messi.

No se trata de que la noche, los tugurios o las resacas ya no sean lo que fueron. Es que ni siquiera los debates electorales, más clásicos e inamovibles que un funcionario de Correos y Telégrafos, son ya lo que eran. En otra época, qué sé yo, cuando Nixon, Fraga o González, los debates de la tele eran combates a muerte en los que una gota de sudor, un gesto torvo, una cifra mal redondeada o un instante de duda podían arruinar la carrera de un candidato presidencial. En Ohio o en San Marcos.

Pero lo que soportamos la otra noche en Galicia los 151.000 espectadores que sacrificamos nuestro insomnio en el altar de la matria no fue precisamente un duelo de titanes. Entre los titanes habría que descontar de entrada a la líder de Ciudadanos, que demostró en vivo y en directo que lo de poner la bandera gallega invertida en el bus de campaña no era casualidad, sino la idea que su partido tiene de Galicia. Tampoco estuvo a la altura de los tiempos Luís Villares, aspirante de En Marea, que fue a leer los papeles que le habían escrito sus asesores con una falta de sangre en las venas que pide a gritos enviarlo de Erasmus (aunque sea de Erasmus sénior) a Sevilla para que aprenda a replicar con algo de guasa a los contendientes. Allí saben bien que la oratoria no se estudia en las oposiciones, sino en los bares.

Leiceaga, que lo más interesante que hizo fue agacharse para pillar un letrero, consiguió que añorásemos al chispeante Touriño, que a su lado parece el Jimi Hendrix del socialismo gallego. A punto estuvo de curarnos el insomnio.

Así que, como es lógico, el debate a cinco fue cosa de dos. De un Feijoo más bien soso, que se limitó a dormir el partido y no arriesgar, y de Ana Pontón, que estuvo contundente y se convirtió en la revelación de la noche. La candidata del Bloque se entregó con el mismo entusiasmo con el que sus votantes huyen en masa hacia En Marea. Una lástima. Porque mientras la afición aplaude aún su faena, las encuestas amenazan con dejarla sin escaño.

Pero lo más interesante del debate sucedió más allá de la pantalla. Ocurrió cuando fuera del plató empezó a llover. Entonces, aunque solo fuese durante unas horas y en una incierta madrugada de septiembre, Galicia volvió a ser la que era.