Los despeinados

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

10 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando descubrimos que Hollande tenía amantes en lista de espera, todos nos preguntamos atónitos dónde ocultaba el presidente de la Quinta República su grandeur. Ahora ya lo sabemos. El carisma de François está, como el de Sansón, en su cabellera. Por eso, porque se trata nada menos que de un peinado de Estado, a quién le puede parecer excesivo que tenga un peluquero de cámara que cobra 9.895 euros al mes. Calderilla.

Hollande es el estadista peinado y encorbatado por excelencia, frente al que emergen los líderes descorbatados y despeinados. Los descorbatados van a saludar al rey y como mucho, en un alarde de protocolo, se meten la camisa por dentro. Luego van a la tele y se cuelgan del cuello una corbata, pero anudada a medias, como uno de esos rebeldes de marca que salen siempre en los anuncios de colonias caras. Puro teatro.

La revolución de los despeinados la encabeza Boris Johnson. Muchos ya lo daban por muerto, pero Inglaterra sigue siendo un país shakesperiano, donde los difuntos reaparecen con la daga todavía clavada en la espalda para ajustar cuentas con sus asesinos.

Ahora que el delantero, antes de lanzar una falta, se mira en el videomarcador para comprobar si la gomina está en su sitio, Johnson y su flequillo alborotado son la última esperanza de los que solo hemos estado peinados un par de veces en la vida: para las fotos de la comunión y de la boda.

Porque un tipo como Boris, que con ese tupé disparatado sobre la mollera ha llegado a ministro de su graciosa majestad, se merece que hasta el último rival se ponga en pie para aclamarlo. Como hizo aquel señor de bigote que, en plena tunda del Barça al Madrid, se levantó en medio del silencio del Bernabéu para aplaudir un maravilloso gol de Ronaldinho.