Vivimos tiempos de récords. En el 2011, el PSOE de Rubalcaba logró los (hasta entonces) peores resultados de su historia: apenas siete millones de votos y 110 escaños. Luego llegó Pedro Sánchez y el 20D consiguió lo que parecía imposible: desfondó las cifras socialistas hasta 5,5 millones de votos y 90 parlamentarios. Todo un hito. Pero el secretario general del PSOE es tenaz y, gracias a una campaña errática en la que jamás desveló a sus votantes para qué tipo de coalición serviría su papeleta, el 26J sumó una nueva plusmarca: 85 escaños. Por segunda vez en solo seis meses, Sánchez cosechó el peor resultado del PSOE en unas generales.
Este segundo hundimiento se maquilló la noche electoral con un triste premio de consolación: los socialistas habían vencido a las encuestas y las tertulias que, con tanta precipitación como alborozo, habían coronado a Pablo Iglesias como líder de la oposición. Pero el socavón del PSOE bajo el liderazgo de Sánchez es ya del tamaño de la fosa atlántica. Y lo único que ganó el socialismo el 26J fue un poco de tiempo para decidir si se suicida de inmediato (bloqueando la investidura de Rajoy y forzando unas terceras elecciones) o a plazos (con su abstención para que gobierne el PP).
El centenario PSOE de Pedro Sánchez me empieza a recordar al Nottingham Forest, un equipo fundado en 1865 que ahora juega en la segunda división inglesa. Antes de acabar en el arroyo, el Nottingham Forest tocó el cielo de la mano de Brian Clough, un entrenador pendenciero y lenguaraz. Durante un partido, Stuart Pearce recibió un terrible golpe en la cabeza y, a causa de la conmoción, no sabía ni quién era. Clough le dijo que era Pelé y que jugase al ataque como solo él sabía. Y Pearce, claro, se vino arriba. Clough desembarcó en el Nottingham Forest de segunda división en 1975, lo ascendió y estrenó las vitrinas del vetusto City Ground para guardar, entre otros trofeos, una Liga inglesa y las Copas de Europa de 1979 y 1980.
Todo aquel esplendor se esfumó tan rápido como había llegado y se quedó en un tesoro para frikis del periodismo deportivo y cazadores de estadísticas. Porque de nada sirve tener un equipo con 150 años de historia que lo ha ganado todo si un día su entrenador decide saltar con sus jugadores al abismo.